Advertencia: Quizás algún medio de comunicación sea
reacio a publicar este escrito como tantos otros míos que lo han rechazados, de
todas formas gracias a todos.
NOTAS:
¿Qué clase de demagogia se ha instalado en nuestro
imaginario colectivo? ¿Qué pretende el sector financiero que dejemos el pellejo
para que unos pocos vivan a todo lujo? ¿qué es eso de que no hay dinero? y ¿los
Paraísos-fiscales que poseen trillones de Euros? ¿por qué los Euro-Diputados se
suben el sueldo a su antojo mientras recomiendan que el salario medio de los
trabajador@s baje ¿por qué los gobiernos pretenden matarnos de hambre?
¿Cuáles son los problemas principales de este
sistema que privilegia a unos pocos y empobrece a la mayoría? Creo que está
claro, la historia está ahí al alcance de todos, ¿cuáles son las causas que
genera esta distribución de la riqueza? Por ir al grano, que es lo que se está
viviendo objetivamente: la producción de los medios de producción en manos de
una elite que supone el 0,05% de la población-mundial (mal asunto), la
banca-privada donde la elite deposita el dinero para que fluya prestamos e
intereses a esta casta minoritaria, más de lo mismo, con todo eso tenemos que
incluir la propiedad de los recursos naturales en manos de esa elite que se
cree con todo el derecho a tenerla en sus manos y explotarla a su antojo.
Estas tres reglas mal reguladas y apropiadas
ilegítimamente es la base del desarrollo humano desde los principios o procesos
históricos que se han dado a lo largo de la existencia-humana hasta desembocar
en el Capitalismo y su fase superior el Imperialismo, esta parece ser lo última
de su recorrido.
¿Qué crisis, que cuento nos quieren meter?
Evidentemente hay una crisis económica-social y política, que genera el
capitalismo, por su anormal desarrollo y enormes contradicciones, por tanto es
una crisis sistémica y con ella viene acompañada de un cambio climático de
enormes consecuencias que pone en peligro nuestro planeta con el deterioro de
los ecosistemas-mundiales y la anulación de un desarrollo sostenible y su
recuperación.
Procuraré bajo la perspectiva marxista hacer un análisis
simplificado de la Crisis-Económica Capitalista: La base material del capitalismo es la producción de
plusvalía para valorizar el capital, entendido como valor capaz de producir plusvalía,
que, a su vez, es la materialización-real del tiempo de trabajo que no se paga como
rendimiento de trabajo ajeno acumulado. El proceso de producción capitalista
es, por lo tanto, el proceso constante de producción de plusvalía. El motor de
la producción capitalista es la obtención permanente de plusvalía y el origen
de la plusvalía es la explotación de la fuerza de trabajo-humana como
consecuencia de la división de clases, fruto de la forma de apropiación de los
medios de producción; que genera la relación antitética entre propietarios y
no-propietarios de los medios de producción; esto es, (capitalistas y
trabajadores). La relación de negatividad que caracteriza a la sociedad
capitalista hace que el trabajador tenga que vender su fuerza de trabajo al
capitalista y recibir de él un salario, fruto de un contrato aparentemente
libre pero esencialmente opresor: el contrato determina cómo y cuánto tiempo el
obrero debe trabajar. El despotismo en la fábrica proviene de una necesidad del
capital: la división del trabajo que, por medio de los avances técnicos y de
los grados de especialización del trabajo, hace aumentar la productividad
acumulando más capital.
En el volumen III de El Capital,
Marx habla de la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia definida
como la ley fundamental de economía-moderna, es la que determina el límite de
la propia acumulación capitalista, la tasa de ganancia es diferente en las
diversas esferas de la producción, según la diferente composición orgánica del
capital invertidos en ellas. Pero el capital si se retira de una esfera de baja
tasa de ganancia a otra esfera en mayores ganancias, estos constantes cambios
mediante la distribución entre las diversas esferas origina una relación entre
la oferta y la demanda de tal naturaleza que la tasa media se vuelve la misma
en las diversas esferas de producción lo cual altera en los precios de
producción material. El grado de
desarrollo específico de la fuerza social productiva del trabajo es diferente
en cada esfera particular de la producción, siendo mayor o menor en la misma
proporción en que sea mayor o menor la cantidad de medios de producción o
“trabajo muerto” alto desarrollo técnico (máquinas, materias primas, etc.)
puesta en movimiento por determinada cantidad de trabajo vivo, y determinado
número de asalariados con una jornada de trabajo dada. Los capitales de
composición orgánica media son aquellos cuya masa de plusvalía producida
coincide con la realizada según la cuota
de ganancia media, Marx dice que la tasa general de ganancia es la fuerza impulsora de la
producción capitalista, y constituye la ley reguladora de la sociedad
capitalista. Por la misma razón, para Marx, la ley fundamental de la
competencia capitalista no es la ley de la oferta y la demanda entre mercancías
(los precios de mercado)
sino la ley que rige la competencia entre capitalistas (la tasa de ganancia
media), que regula la distribución de la plusvalía entre ellos según la masa de
capital con que cada uno participa en el negocio común de explotar trabajo
asalariado.
En una situación con tendencia al
aumento de la tasa de ganancia, la inversión en capital fijo y variable
aumenta, y el desempleo cae ante la consecuente mayor oferta de empleo. El
capital está en condiciones económicas de conceder mejoras a los trabajadores.
En el punto más alto de la fase expansiva, e inmediatamente después de la
crisis, cuando la economía capitalista entra en una fase de crecimiento lento,
parte del capital adicional comienza a ser expulsado de la producción porque la
tasa de ganancia no compensa su inversión y el desempleo aumenta en la misma
proporción en que el crecimiento de la inversión cae. Es el momento en que los
capitalistas inician su ofensiva sobre las condiciones de vida y de trabajo de
los asalariados (recortando derechos-sociales y económicos).
En la primera exposición pública de su nueva
teoría (el Manifiesto Comunista)
Marx concedió a las crisis del capital un lugar central como manifestación
concentrada de todo el carácter contradictorio y temporal del modo de producción capitalista: “La sociedad
burguesa, con sus relaciones de producción y de cambio, el régimen burgués de
propiedad, la sociedad burguesa moderna, que conjuró gigantescos medios de
producción y de cambio, se asemeja al brujo que ya no puede controlar los
poderes infernales que invocó. Desde hace decenas de años, la historia de la
industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las
modernas fuerzas productivas contra las relaciones de propiedad que condicionan
la existencia de la burguesía y su dominio. Basta mencionar las crisis
comerciales, que al repetirse periódicamente, amenazan cada vez más la
existencia de la sociedad burguesa. Cada crisis destruye regularmente no sólo
una gran masa de productos fabricados, sino también una gran parte de las
propias fuerzas productivas ya creadas. Una epidemia, que en cualquier época
habría parecido inconcebible, se desata sobre la sociedad: la epidemia de la
sobreproducción. La sociedad se ve súbitamente reconducida a un estado de
barbarie momentánea (El sistema burgués se volvió demasiado estrecho para
contener las riquezas creadas en su seno. ¿Y de qué manera consigue la
burguesía vencer esas crisis? De un lado, por la destrucción violenta de gran
cantidad de fuerzas productivas; de otro, por la conquista de nuevos mercados y
por la explotación más intensa de los antiguos. ¿A qué lleva eso? A la
preparación de crisis más extensas y más destructivas y a la disminución de los
medios para evitarlas”.
La cuestión de la sobreproducción ya está ahí
indicada como motivo fundamental de la crisis de un régimen que, en El Capital, una década y media
más tarde, será definido como el de la producción de valores, o sea, como el de la auto-valorización del capital
(que el capitalista representa como “la obtención del beneficio”). La
sobreproducción capitalista es, por lo tanto, una sobreproducción de valor. Es un hecho que en su Introducción general a la crítica de la
economía política de 1857, Marx tenía por objetivo estudiar: “1)
Las determinaciones abstractas generales que corresponden en mayor o menor
medida a todas las formas de sociedad; 2) Las categorías que constituyen la
articulación interna de la sociedad burguesa y sobre las cuales reposan las
clases fundamentales. Capital, trabajo asalariado, propiedad territorial. Sus
relaciones recíprocas. Ciudad y campo. Las tres grandes clases sociales.
Comercio entre ellas. Circulación. Crédito (privado). 3) Síntesis de la
sociedad burguesa bajo la forma del Estado, considerado en relación consigo
mismo. Las clases ‘improductivas’. Impuestos. Deuda nacional. Crédito público.
La población. Las colonias. Emigración. 4) Relaciones internacionales de
producción. División internacional del trabajo. Comercio internacional.
Exportación e importación. Curso del comercio. 5) El mercado mundial y la
crisis”.
Corresponde, por otro lado, dudar
de que una “teoría de la crisis” separada de la teoría de la acumulación
capitalista fuese necesaria. Como sostiene algunos marxistas, “en el
capitalismo, el problema de la reproducción en escala ampliada no puede
separarse del fenómeno de la crisis. Es evidente que la crisis reciente hizo su
aparición como consecuencia de la reproducción ampliada. Cuando tiene lugar la
reproducción simple – como ocurrió durante siglos en estamentos económicos
pre-capitalistas (tanto en Egipto como en la India, en China como en Europa y
en la Edad Media)- quiere decir, cuando el plus-trabajo es absorbido por el
consumo personal de la clase de los Señores, la crisis, que es específica del
capitalismo, resulta imposible. Cuando se producían desequilibrios en el
proceso económico, éstos se originaban en factores extra económicos”. explicó cómo la evolución teórica de
Marx lo llevó a abandonar el plan original, lo que dejaría sin fundamento la
explicación de algunos marxistas vinculada con la supuesta falta de tiempo de
Marx para realizar su proyecto original.
Para salir de esta impasse, es
preciso colocar la obra de Marx en su contexto histórico general y específico.
El primer momento importante para el descubrimiento de los componentes de las
crisis llegó con la Revolución Industrial que, con sus aspectos originales,
introdujo una serie de alteraciones en el capitalismo, volviéndolo, de cierta
forma, inédito e imprevisto. Los primeros que se ocuparon de ellas fueron los
economistas clásicos, cuyo campo de observación fue, específicamente,
Inglaterra y Francia. Para la mayoría de los economistas clásicos que dominaron
el pensamiento económico durante toda la primera mitad del siglo XIX, las
primeras crisis industriales observadas aparecían como accidentes de naturaleza
coyuntural en el curso de la acumulación de capital.
En la obra de Adam Smith, por
ejemplo, “no está presente el problema de las reservas necesarias para que la
producción se amplíe. Smith no enfrenta el problema de cómo la demanda se forma
para enfrentar una producción aumentada, consecuencia de una ulterior
acumulación de capital. En su concepción, todo el producto bruto anual es igual
a la suma de los salarios, ganancias y renta. El ahorro está destinado a
transformarse, en el mismo período (un año) en que se forma, en una demanda de
bienes de inversión. En suma, no hay substracción de renta a ser usada en el
futuro”. En esas condiciones, la sobreproducción no encontraba un lugar teórico específico.
Bajo la perspectiva de la economía
política clásica, en la “Ley de Say”, el equilibrio es el estado natural de la
economía. Habría un equilibrio natural (o automático) entre producción y
demanda; o sea, la producción crearía su propia demanda, de manera que
cualquier desequilibrio sólo podría llegar desde fuera del sistema, de la misma
forma que, de acuerdo con la mecánica clásica, los cuerpos se encontrarían en
equilibrio (primera ley de Newton) hasta que una fuerza exterior los sacase de
ese estado. Pero el retorno a la condición anterior sucedería sin interferencia
de ninguna fuerza externa. A través del libre juego del mercado, de la
competencia en tanto mecanismo regulador de la oferta y de la demanda,
naturalmente el sistema tendría capacidad de recuperar su equilibrio. Es
preciso notar, sin embargo, que la “Ley de Say” sólo se aplica a un sistema de
oferta y demanda perfecto, sin la posibilidad de ahorro individual por parte de
los capitalistas.
Entre tanto, los efectos más
notables de las innovaciones técnicas fueron la reducción de los costos y el
aumento del volumen de la producción, pero no necesariamente el aumento de la
tasa de ganancia. Considerando la ganancia como la renta de la clase dominante,
los factores que lo propiciaban adquirieron relevancia. Cualquier alteración en
los beneficios podría ejercer una gran influencia sobre los acontecimientos. En
esa perspectiva, el problema de la tasa de ganancia surgió como el primer
elemento teóricamente causante de las crisis modernas.
David Ricardo, representante de los
intereses de los industriales en oposición a los propietarios rurales de
Inglaterra durante la Revolución Industrial, intentó explicar el problema a
partir de factores externos al sistema industrial, a través de la “ley de los
rendimientos decrecientes”: la ganancia dependería de la proporción de trabajo
social requerido para obtener la subsistencia de los trabajadores (diferencia
entre los salarios y el valor del producto) y del costo de la producción de los
productos en general. La tasa de ganancia dependería de estas dos cantidades.
Cualquier alteración en el ganancia sólo podría tener lugar si se alterara la
proporción entre los salarios y el valor del producto bruto.
Como las innovaciones técnicas
reducen los costos de producción, cualquier perturbación sólo podría provenir
del aumento del costo de los bienes de subsistencia. Para aumentar las
ganancias era preciso rebajar los salarios, lo que sólo podría hacerse si los
productos de subsistencia también fueran rebajados (principalmente por medio de
las importaciones, lo que golpeaba los intereses de los propietarios de
tierras). También sostenía que la producción crea por sí misma su propia
demanda; esto es, el valor total de los productos debería corresponder con el
valor de la renta distribuida; siendo por lo tanto imposible cualquier
desequilibrio causado por factores intrínsecos al sistema capitalista. No
entendía la tendencia decreciente en la tasa de ganancia como un factor capaz
de provocar perturbaciones.
Además de eso, para Ricardo la
riqueza consistía sólo en valores de uso, “convirtiendo la producción burguesa
en mera producción para el valor de uso. Considera la forma específica de la
riqueza burguesa algo puramente formal que no alcanza el contenido del modo de
producción. Por eso niega también las contradicciones de la producción
burguesa, las cuales se vuelven evidentes en las crisis”.
Malthus criticó a Ricardo y aceptó
que las crisis pudiesen ser causadas por factores intrínsecos al capitalismo.
De la misma forma, entendía que la producción, creciente con la acumulación, no
crearía automáticamente su propia demanda, y analizó el problema desde el punto
de vista del principio de la población, de lo cual dedujo que la clase trabajadora
sería siempre excesiva en relación con los medios de subsistencia. Malthus
sostiene, que la población tiende a crecer más rápidamente que la oferta de
alimentos disponible para atender sus necesidades. Toda vez que ocurren
ganancias relativas en la producción de alimentos respecto del crecimiento
poblacional, se estimula un alto crecimiento proporcional de la población; por
otro lado, si la población crece más rápido que la producción de alimentos,
este crecimiento acaba por generar hambre, dificultades y guerras.
Sería posible que la producción
sobrepasara el consumo causando una reducción de precios y ganancias, generando
sobreabundancia y depresión en el comercio si los equipamientos productivos
fuesen aumentados a costa del consumo; esto es, los capitalistas instalarían
máquinas que aumentarían la producción, con lo cual cortarían puestos de
servicio y sacrificarían el consumo. Los salarios de la clase trabajadora no
representarían más que una parte del valor que el asalariado produce: no podrían,
por lo tanto, adquirir la producción adicional resultante de un proceso de
acumulación creciente, pues tendrían capacidad de consumo pero no los medios
(poder adquisitivo) para realizarlo.
Los capitalistas, en virtud de la
ausencia de consumo, tendrían que vender los productos a los trabajadores a
precios que serían apenas suficientes para su propia supervivencia, lo que
llevaría a una situación de desproporción entre la oferta y la demanda. La
forma de evitar esta desproporción sería estimular el super consumo de los
segmentos localizados fuera del proceso productivo industrial, como los
propietarios de tierra, mediante la distribución, por diversos medios (renta de
la tierra, por ejemplo), de la riqueza de los capitalistas. Con esos
argumentos, tanto Malthus como otros introdujeron el problema del sub-consumo,
atribuyendo el énfasis a la limitación de la demanda efectiva causada por la
rigidez de la masa-salarial resultante de la explotación económica de los
asalariados.
El segundo momento crucial para las
teorías sobre las crisis se estableció con el trabajo de Marx, que tuvo en
cuenta el hecho de que los economistas clásicos pusieron en evidencia una
cuestión fundamental: el carácter aleatorio del equilibrio de un sistema
económico dinámico en crecimiento, dotado de un modo de distribución de renta
que no coordina ni con el crecimiento de la producción ni con su composición.
Marx fue testigo directo de la crisis de 1846/1848: predominantemente agraria,
su epicentro se localizó en las dificultades que la agricultura europea sufría
a partir de 1844, comenzando con la cosecha de papas en Irlanda e Inglaterra
arruinada por las plagas, a lo que siguieron dos años de pésimas cosechas de
cereales, con el consiguiente aumento de los precios de los bienes de subsistencia
y, finalmente, con la caída brutal de los precios de los tejidos. Los precios
de los bienes alimenticios se elevaron, lo que hizo que las clases populares
destinasen una parte cada vez mayor de sus ingresos a la alimentación, lo que
causó convulsiones sociales por toda Europa.
Ya el Manifiesto Comunista presenta una comprensión madura de las
crisis: Marx sacó el foco de la interpretación de los economistas clásicos de
la esfera del consumo (la economía política clásica entendía la producción como
creación de valores de uso) para llevarlo a la esfera de las condiciones de
inversión y producción (creación de valores). En el Tomo III de El Capital dirá que “el volumen
de las masas de mercancías creadas por la producción capitalista es establecido
por la escala de esa producción y por el imperativo de su expansión continua, y
no por una órbita predeterminada de la oferta y de la demanda, de las
necesidades a satisfacer”. Con eso, Marx rompió con la noción de equilibrio
económico estático resultante de la “Ley de Say” que hacía imposible las crisis
de carácter endógeno y principalmente las de sobreproducción, para él la forma
natural de las crisis capitalistas. No sólo eso: Marx también estableció la
vinculación de la crisis económica con la revolución política o, en palabras de
Engels (en su introducción a la reedición de 1895 de La lucha de clases en Francia,
escrito por Marx en 1850): “De ese modo, él (Marx) extrajo, con toda claridad,
de los propios hechos, lo que hasta entonces no hiciera sino deducir de
materiales insuficientes; esto es, que la crisis del comercio mundial, ocurrida
en 1847, fue la verdadera madre de las revoluciones de febrero y de marzo (de
1848)”.
La comprensión de Marx se asoció
precozmente con un nuevo tipo de crisis que surgía en el horizonte histórico.
En el período pre-capitalista, catástrofes naturales como heladas,
inundaciones, sequías, plagas y epidemias, o la participación de los pueblos en
guerras, provocaban caídas en la producción, creando escasez y privaciones
generalizadas. Eran las llamadas “crisis de sub-producción”. La amplitud de los
efectos de esas crisis, con todo, dependía del modo en que estaban
estructuradas las relaciones sociales, y resultaban tanto más graves cuanto más
desigual era la distribución de la producción social.
Ejemplos clásicos de crisis
históricamente conocidas en sociedades mercantiles simples, en las cuales la
producción de mercancías destinadas fundamentalmente al cambio no dominaba el
conjunto de la vida social, son las crisis del Antiguo Régimen. Las crisis que
asolaron a los países europeos en los siglos XVII y XVIII eran más localizadas,
en general directamente relacionadas con el sector agrícola, y desde allí se
irradiaban a otros planos de la estructura socio-económica. La Revolución Francesa,
como se demostró, estuvo vinculada
con una gran crisis que en 1789 asoló ese país, desencadenada por las malas
cosechas, que desató carestía alimentaria, hambre, desempleo en las
manufacturas, caída en la renta feudal y extorsión fiscal. Entre la segunda
mitad del siglo XVIII y la primera del XIX, los países manufactureros europeos,
en los que dominaba la producción textil Francia e Inglaterra especialmente
vieron surgir otro tipo de crisis: las denominadas “crisis mixtas”. Se
distinguían de las primeras por no estar enteramente determinadas por la
coyuntura agrícola, aunque el “mercado de los cereales” todavía ejercía fuerte
influencia sobre los rumbos y ritmos de la actividad económica como un todo, y
de la industria liviana de modo particular.
El pesimismo marcaba el pensamiento
de los economistas clásicos. Para Ricardo, quien publicó los Principios de economía política y
tributación en 1817, la productividad decreciente del cultivo de la
tierra, asociada con el crecimiento de la población, elevaba de una sola vez
los costos y los precios de los alimentos, con la correspondiente elevación de
los salarios en términos monetarios y dificultando o impidiendo la liquidez de
capital. En otras palabras, la tendencia a la desnivelación entre rendimientos
del trabajo industrial y agrícola causaría la elevación de los salarios y la
disminución de las ganancias. La renta de la tierra sería favorecida y
consecuentemente resultarían beneficiados los propietarios de tierra en
detrimento de la acumulación de capital.
Malthus, como ya se dijo, exacerbó
la carga pesimista de los clásicos al mostrar que la población crecía, según
él, en una progresión geométrica y los medios de subsistencia en una progresión
aritmética. Considerado por muchos como “heterodoxo”, para él no había
equilibrio automático y la “ley del mercado” de Say era un mito. Para Marx, los
estudiosos ingleses demostraban profunda intuición en relación con el
desarrollo de la producción capitalista, al advertir en la caída de la ganancia
un gravísimo obstáculo a la acumulación. Sin embargo, la comprensión de la
realidad social esbozada por ellos estaba limitada no sólo por las condiciones
históricas; sino también lo estaba por el hecho de que sus principales
representantes se declaraban favorables a la expansión de la economía burguesa.
La producción social poseía todavía
un carácter marcadamente agrario, y era igualmente de gran importancia
económica el comercio ultramarino. El capitalismo no había desenvuelto su forma
económica plena, caracterizada por la producción industrial en gran escala y
por la lucha de clases cada vez más acentuada entre capitalistas y
trabajadores. Así, a pesar de dedicar atención al antagonismo de los intereses
de clase, como lo hizo conscientemente Ricardo, veían en el conflicto de
intereses entre capitalistas y propietarios de tierra la contradicción central
de la economía capitalista. Además, los antagonismos de intereses de clase como
también la división del trabajo, las clases sociales, el mercado y la
acumulación eran vistos como una ley natural de la sociedad, no sujeta a
determinaciones históricas.
Del mismo modo que la expansión del
capitalismo y la agudización del conflicto entre el capital y el trabajo dieron
origen a los apologistas de la economía burguesa, también hicieron surgir a los
críticos o reformadores del sistema y a sus opositores radicales. Ya en las
primeras décadas del siglo XIX, cuando persistían las crisis de sobre-producción
para las cuales la teoría clásica no tenía respuestas satisfactorias.
Ese autor, en los Nuevos Principios de Economía Política, de
1819, se alejaba de los clásicos, que la veían como un fenómeno coyuntural, y
criticaba abiertamente el laissez-faire
(dejen libre la economía) y la “ley de Say”, según la cual la
producción creaba su propio consumo. La anarquía de la producción y la búsqueda
desenfrenada de valores de cambio, sin tener en cuenta las necesidades
sociales, provocaba las crisis de sobreproducción. En otras palabras, el poder
de consumo no crecía necesariamente de acuerdo con el aumento de la producción.
El consumo dependía del modo de distribución de la renta entre las clases
sociales. El sub-consumo era, en verdad, causa de las crisis modernas del
capitalismo. El problema del “excedente” de producción no fue esclarecido por esos
autores. Hicieron, mientras tanto, una gran contribución a los estudios de las
crisis modernas al señalar el carácter aleatorio del equilibrio en una economía
dinámica y en crecimiento, en la cual el reparto de la renta no era coordinado
con el crecimiento de la producción ni con su composición.
A partir de las décadas de
1830/1840, el temor de la economía política clásica se mostró, aparentemente,
infundado. En ese período, la industrialización entró en una nueva fase,
dominada por los ferrocarriles, el carbón, el hierro y la producción de acero.
El ritmo de la acumulación de capital no disminuyó; al contrario, aumentó. En
los países desarrollados, el capital extendió su dominio sobre toda la sociedad
y la burguesía conquistó el poder político en las dos grandes potencias
industriales de la época: Inglaterra y Francia. El conflicto de clases entre
capitalistas y trabajadores asumió un carácter cada vez más agudo y amenazador,
cuyos reflejos se hicieron notar también en la esfera del pensamiento económico.
La economía burguesa se distanció
más y más del mínimo de imparcialidad y objetividad que se esperaba de estudios
científicos, para transformarse, según la aguda crítica de Marx, en una
ideología de la clase dominante. Los apologistas del sistema partían de la
convicción de que el capitalismo era la única economía posible, las categorías
económicas válidas para esta economía eran extensivas a todas las demás formas
pretéritas de sociedad humana.
La teoría del valor-trabajo,
desarrollada por los clásicos y que había servido como arma de la burguesía
contra los antiguos privilegios de la nobleza y del clero, fue prontamente
abandonada. Fueron surgiendo una serie de teorías, destacándose la de los
costos de producción y la de la utilidad marginal. La ley del valor-trabajo no
poseía ningún interés práctico para la burguesía victoriosa. Su atención se
volcaba enteramente al mercado. La producción no les preocupaba como objeto de
conocimiento teórico y sí los precios establecidos por la libre competencia,
por el juego entre la oferta y la demanda; en fin, por el “mercado”. El
problema de las crisis no se planteaba y cualquier oscilación en la economía
era atribuida a un desequilibrio pasajero del mercado, provocado casi siempre
por factores externos o subjetivos.
De cierta forma, la crisis de 1848,
la primera en influenciar los trabajos de Marx y Engels, fue la última y tal
vez la peor catástrofe económica del Antiguo Régimen. En ella se encontraban
presentes, simultáneamente, elementos del moderno capitalismo, causando la onda
revolucionaria que alcanzó al continente en 1848, y terminó poco después. La
siguiente crisis ocurrió en 1857 y estuvo ligada al incremento de la cantidad
de oro en circulación en el mercado mundial, elevada en cerca de un tercio
entre 1848 y 1856 debido al descubrimiento de yacimientos de este mineral en
California (Estados Unidos) y Australia. Las tasas de interés sufrieron una
fuerte caída, condicionando el movimiento internacional de capitales y
mercancías.
Esa crisis comenzó en Estados Unidos,
que había recibido gran cantidad de población inmigrante y gran cantidad de
capitales, utilizados en especulación de tierras y ferrocarriles. Inicialmente
la crisis fue financiera y estalló en Viena, con la quiebra de la bolsa de
valores, seguida de quiebras de bancos de financiamiento austríacos, alemanes y
norteamericanos. En Estados Unidos, la depresión estuvo ligada a la crisis de
la especulación ferroviaria. La simultaneidad en la aparición de dificultades,
tanto de un lado como del otro del Canal de la Mancha y del Atlántico, ilustra
la integración de las economías industriales en materia comercial y más todavía
en materia de movimientos de capitales.
Durante este período el sistema
capitalista registró un notable aumento de su capacidad de producción,
resultante de las nuevas tecnologías desarrolladas a partir de nuevas fuentes
de energía como el petróleo y la electricidad. Según Hobsbawm, “la producción
mundial, lejos de estancarse, continuó aumentando acentuadamente entre 1870 y
1890, la producción de hierro de los cinco principales países productores más
que se duplicó (de 11 a 23 millones de toneladas); la producción de acero se
multiplicó por veinte (de 500 mil a once millones de toneladas). El crecimiento
del comercio internacional continuó siendo impresionante, aunque a tasas
reconocidamente menos vertiginosas que antes”. La crisis abrió espacio
para la creciente monopolización de las economías nacionales y permitió la
intensificación de la expansión imperialista, agudizando la tensión entre las
grandes potencias capitalistas.
La teoría del laissez-faire triunfó mientras
perduraron las condiciones históricas favorables a la adopción de una política
y economía liberales. En la Gran Bretaña de mediados del siglo XIX, más que en
cualquier otro país del mundo, esas condiciones se hicieron presentes hasta que
la alcanzó la “Gran Depresión” de los años 1873/1896, como había alcanzado a
todos los demás países o colonias integrantes de la economía capitalista
mundial. La expansión geográfica del capitalismo y la explotación de los
mercados externos, que dio comienzo al moderno imperialismo capitalista, fue la
solución encontrada por Europa para salir de la crisis.
La economía liberal aplicó esta nueva teoría a
la naciente cuestión del imperialismo. La demanda de bienes de consumo caía en
función de la distribución desigual y de la acumulación creciente de capital.
Parte de la ganancia acumulada no podía ser reinvertida, quedaba improductiva y
hacía caer la tasa de expansión del capital. Para hacer frente a la
sobreproducción derivada del consumo insuficiente, resultaba necesaria la
conquista de mercados externos, lo que explicaba la expansión imperialista.
Algunos economistas-clásicos era también favorable a la intervención estatal,
sobre todo en lo concerniente a la adopción de medidas que buscaran estimular
el consumo.
La insistencia en el sub-consumo,
tesis que será retomada más adelante por algunos economistas marxistas, llevó a
que vulgarmente se considerase la existencia de dos teorías de la crisis: “La
primera de ellas pone énfasis en la limitación de la demanda efectiva (rigidez
de la masa salarial resultante de la explotación económica de los asalariados).
La segunda encuentra la mayor causa de la crisis en la existencia de una
propensión a la sobre-producción, propensión que refleja la lucha entre
productores que se oponen a la tendencia a la baja de la tasa de ganancia,
procurando ganar en las cantidades vendidas lo que pierden por unidad: de donde
se deriva la hipertrofia del aparato de producción y también la superabundancia
de mercancías.”
Marx, en verdad, ya había resuelto
este problema aparente. Para él, “es mera tautología decir que las crisis son
la consecuencia de la carencia de consumo solvente o de consumidores capaces de
pagar. El sistema capitalista no conoce otra especie de consumo además del
solvente, exceptuándose los casos del indigente y del ladrón. Que las
mercancías se vuelvan invendibles significa sólo que no encontraron compradores
capaces de pagar; esto es, consumidores. Pero, si para dar a esa tautología una
aparente justificación más profunda, se dice que la clase trabajadora recibe
una parte demasiado pequeña del propio producto y que el mal sería remediado si
recibiese una parte mayor con el aumento de salarios bastará entonces observar
que las crisis son siempre preparadas justamente en un período en que los
salarios generalmente suben y la clase trabajadora tiene de manera efectiva una
participación mayor en la fracción del producto anual destinado al consumo. Ese
período, desde el punto de vista de estos caballeros del mero sentido común
debería, al contrario, alejar las crisis. La producción capitalista se
manifiesta por lo tanto, independientemente de la buena o mala voluntad de los
hombres, implicando condiciones que permiten aquella relativa prosperidad de la
clase trabajadora apenas momentáneamente y como señal que preanuncia una
crisis”.
El período en el cual se produce el
debate marxista sobre las crisis económicas es precedido por una crisis de
dimensiones inéditas, marcando un punto de viraje en la historia del
capitalismo, cuyas consecuencias serán la emergencia del imperialismo
capitalista, el redimensionamiento del mapa industrial y económico del mundo,
la consecuente redistribución del poder político y militar y la redefinición
del sistema monetario internacional en el cuadro del surgimiento del capital
financiero como figura dominante del capital en general.
El sistema económico mundial
testimonia, en ese período, la marcha acelerada hacia una etapa de tensiones
sin precedentes: “La ventaja comparativa en la construcción de industrias
nuevas (acero, química, energía y máquinas eléctricas) pasó de Inglaterra a
Estados Unidos y Alemania, que podrán disfrutar de una economía externa, ya
utilizada por Inglaterra en el siglo XIX: una enorme ampliación del mercado
interno. Los elementos decisivos fueron la unificación alemana y el gran
crecimiento de su población y la emigración en masa a los Estados Unidos.
Inglaterra no consigue, en 1890/1914, responder al desafío de la segunda
revolución industrial: su industria continúa ligada a los productos viejos, no
a los nuevos. En el mismo período, el sistema financiero se desarrolla de modo
semejante al industrial y comercial. Inglaterra pierde importancia en relación
con el período 1870/90, en que Londres dominaba absolutamente los mercados
financieros: debido a su derrota (militar), París había desaparecido y Berlín
aún no era candidata a centro financiero internacional. Nueva York, capital
financiera de los países deudores, estaba todavía poco desarrollada en ese
sentido. Contrariamente, en los veinte años siguientes, grandes instituciones
se desarrollaron en los principales países europeos y en los Estados Unidos. El
patrón oro se extiende a las naciones ‘civilizadas’… En esos años, asistimos a
la transformación de un sistema monetario internacional basado en la certeza de
la paz, en otro que expresa la espera de la explosión de una guerra de
dimensiones mundiales”.
El propio debate sobre las crisis
comenzó a reflejar la espera y el temor en referencia a ese conflicto y, en
verdad, muchas de las posiciones expresadas reflejan la radicalidad de las
opciones mundiales formuladas por la propia historia. Los marxistas de la
“segunda generación”, “influidos por la aceleración de todo un ritmo histórico
a partir del cambio de siglo, estaban encaminados en dos direcciones: en primer
lugar, las evidentes transformaciones del modo de producción capitalista, que
habían generado la monopolización y el imperialismo, y exigían continuo análisis
y explicación económicas. Además de eso, el trabajo de Marx comenzaba, por
primera vez, a ser objeto de crítica profesional”.
Volvemos, por lo tanto, a Marx y a
su elaboración del estatuto teórico de la crisis. En La lucha de clases en Francia, 1848-1850,
la revolución de 1848 en París es explicada por el precario equilibrio de
fuerzas del que dependía la monarquía de julio (Luis Felipe): una parte de la
burguesía (especuladores de la Bolsa, particularmente) llevaba al Estado a
sucesivos déficit presupuestarios que aumentaban la deuda interna mediante
altas tasas de interés en el mercado financiero. Eso perjudicaba tanto a los
obreros y campesinos (víctimas de pesadas exacciones fiscales) como a la
burguesía industrial que invertía productivamente. Francia cayó en recesión en
1847, agravada por las malas cosechas de 1845 y 1846. En París, una crisis
industrial y el reflujo del comercio exterior lanzaron a la masa de fabricantes
y comerciantes al mercado interno con gran voracidad: la competencia repentina
los arruinó y este sector de la burguesía parisina ingresó en las agitaciones
revolucionarias de febrero de 1848.
Como se ve, Marx ya reconoce la
crisis cíclica como una manifestación de las contradicciones inherentes a la
estructura económica, al modo de producción, y vincula las crisis sociales con
las políticas. Esto no significa reducir la acción política al mero epi-fenómeno
de las condiciones de producción; al contrario, ya que la reproducción
económica es inseparable de la reproducción de las relaciones sociales. Pero el
análisis profundo de todo esto sólo se hace en El Capital. De esa forma, el propio carácter capitalista de la
producción engendra crisis. Ellas ya están potenciadas antes de la existencia
de la formación social capitalista.
En la crisis, una parte de las
fuerzas productivas es destruida y, de forma violenta, se recompone la unidad
perdida entre la producción material (proceso de trabajo) y su carácter
capitalista (proceso de valorización). La definición más general de la crisis en
la sociedad capitalista (como forma desarrollada y cualitativamente
diferenciada de la sociedad mercantil) es que consiste en la recomposición
violenta de la unidad entre proceso de trabajo y proceso de valorización, o
entre la producción y la circulación (de la plusvalía), separadas
contradictoriamente y reunificadas por la propia ley de movimiento económico
del capital.
En su forma más desarrollada, “las
crisis del mercado mundial deben ser concebidas como la condensación real y la
violenta nivelación de todas las contradicciones de la economía burguesa. Los
aspectos distintos que se condensan en estas crisis deberán, por lo tanto,
manifestarse y desarrollarse en todas las esferas de la economía burguesa y,
cuanto más nos internemos en ella, más tendremos que investigar, por un lado,
nuevos aspectos de esta contradicción y, por otro, manifestar sus formas más
abstractas como formas que reaparecen y están contenidas en otras más
concretas”.
Para Marx, las diversas modalidades
de la crisis responden a un patrón común: “Donde el proceso de reproducción se
estanca y el proceso de trabajo se restringe o, en parte, se detiene, se
destruye un capital efectivo. La maquinaria que no se utiliza no es capital. El
trabajo que no se explota equivale a una producción perdida. Las
materias-primas que permanecen inútiles no son capital. Los valores de uso (así
como la maquinaria recién construida) que no son empleados o que quedan por
terminar, las mercancías que se pudren en los almacenes: todo eso es
destrucción de capital. Todo eso se traduce en un estancamiento del proceso de
reproducción y en el hecho de que los medios de producción no entran en juego
con este carácter. Tanto su valor de uso como su valor de cambio se pierden,
por lo tanto. En segundo lugar, existe destrucción de capital en las crisis,
por la depreciación de masas de valor, que les impide volver a renovarse más
tarde, en la misma escala, en su proceso de reproducción como capital. Es la
caída ruinosa de los precios de las mercancías. No se destruyen valores de uso.
Lo que pierden algunos, lo ganan otros. Pero, consideradas como masas de valor
que actúan como capitales, se ven imposibilitadas de renovarse en las mismas
manos como capital. Los antiguos capitalistas se arruinan”.
Para Marx las crisis
eran la regla y no la excepción dentro del capitalismo, no un accidente sino su
elemento determinante. Es a partir de la definición más general de la
producción capitalista como producción de valor, que Marx determina el carácter orgánico de las crisis en la
misma: “De un lado, desarrollo irrestricto de la productividad y aumento de la
riqueza que, al mismo tiempo, consiste en mercancías y tiene que convertirse en
dinero; del otro, la base económica restringe la masa de productores a los
medios de subsistencia. Por eso, las crisis, en vez de accidentes, como pensaba
Ricardo, son erupciones esenciales, en gran escala y en períodos determinados,
de las contradicciones inmanentes”.
En el primer libro de El Capital (capítulo XXI) Marx
demuestra el carácter social de la reproducción: “El proceso de producción
capitalista reproduce, mediante su propio procedimiento, la separación entre
fuerza de trabajo y condiciones de trabajo. Reproduce y perpetúa, con eso, las
condiciones de explotación del trabajador”. Y, en el capítulo XX del segundo
libro, igualmente destinado a la investigación de la reproducción simple, Marx
dice en cuanto a la composición del producto social: “Abarca, al mismo tiempo,
la reproducción (esto es, mantenimiento) de la clase capitalista y de la clase
trabajadora y, por lo tanto, también la reproducción del carácter capitalista
del proceso de producción global”.
La reproducción de los factores
inmediatos de la producción (medios de producción y fuerza de trabajo) y la
reproducción de las relaciones sociales de producción capitalistas (separación
entre productor y medios de producción, apropiación privada del producto
social, etc.) son dos caras de la misma moneda. La reproducción abarca y es
determinada por la materialidad de los elementos del capital productivo, pero
es inseparable de la reproducción de las relaciones jurídicas, de los valores
culturales, de la ideología, etc. La reproducción de la fuerza de trabajo, por
lo tanto, incluye la reconstitución perenne de los motores expresivos de su
sumisión al capital, tales como: la ideología de la sumisión, jerarquía,
dirección, comando, disciplina, etc. La reproducción del capital individual
puede ser entendida exclusivamente en términos de valor y por esta razón las
crisis sólo aparecen potencializadas en el proceso de circulación en virtud de
factores apenas indirectamente vinculados con la producción. Cuando se
considera la reproducción del capital social, en la cual se explicita la múlti-diversificada
división social del trabajo en el capitalismo, la reproducción debe ser vista
no sólo a partir del ciclo del capital monetario),si no también en el ciclo del
capital-mercancía ya aparece preñada de plusvalía y presupone la valorización
del capital. Esto implica demostrar cómo se equilibran los diversos capitales
individuales y los dos departamentos de la producción social, a saber: el
departamento que produce bienes de capital, y el departamento II que produce
bienes de consumo.
Antes de Marx, nadie consiguió
deducir los límites de la producción capitalista como algo que le fuese
inmanente y denunciase su historicidad y transitoriedad: la auto-expansión del
capital posee contradicciones insuperables. En palabras de Marx, en el libro
III de El Capital: “El
verdadero límite de la producción capitalista es el propio capital, esto
significa que el capital y el aumento de su valor surgen como el punto de
partida y de llegada, la causa y la finalidad de la producción. La producción
no pasa de una producción para el capital y no al contrario; los medios de
producción no son sólo medios para alargar constantemente el proceso vital de
la sociedad de los productores, los límites fuera de los cuales no se puede
realizar la conservación y el aumento del capital -valor- asentado en la
expropiación y en el empobrecimiento de vastas masas de productores entra
constantemente en conflicto con los métodos de producción a los cuales el
capital recurre para alcanzar sus fines, métodos que continúan el alargamiento
ilimitado de la producción que, de cierto modo, reducen esta última a ser su
propia finalidad y que también tienden al desarrollo absoluto de la
productividad social del trabajo. El medio desarrollo ilimitado de las fuerzas
productivas entra en conflicto permanente con la finalidad crecimiento del valor del capital existente”.
De los esquemas de reproducción,
sólo podemos deducir crisis cíclicas que periódicamente perturban la
acumulación de capital, aunque tengan una influencia en la crisis estructural,
de efectos lentos y graduales. La crisis estructural del capital, la que se
refiere al colapso del sistema, surge en el análisis teórico cuando se observan
las potencialidades de los resultados del progreso técnico y su influencia
sobre la caída tendencial de la tasa de ganancia. La incomprensión de esta ley
está generalmente vinculada con su discusión sobre la base de las categorías
vulgares de “precio” y “ganancia” que es, según Marx, “una forma transmutada
derivada de la plusvalía, una forma burguesa, en la cual se apagaron las marcas
de su origen”. Bajo esas formas, la ley del valor continúa imperando pero
desaparece de la superficie de los acontecimientos, donde la plusvalía y el valor quedan ocultos por la ganancia y por los precios.
En el funcionamiento del
capitalismo desempeña un papel central la llamada “ley de la tendencia
decreciente de la tasa de ganancia”. Esta ley es la más importante de la
economía política, según Marx. era de hecho compartida por todas las escuelas
del pensamiento económico, desde Adam Smith hasta Paul Samuelson, pero su
explicación y su papel en el sistema teórico de cada autor son muy diferentes.
En Marx, la insistencia en esta ley tenía por objeto descartar otras
explicaciones alternativas de la crisis, muy populares en su época: la crisis
de sub-consumo, criticada en algunos socialistas o en el conservador Malthus.
Para Marx, el sub-consumo es característico de toda sociedad de clases, no
específico de la sociedad capitalista. La explicación de la crisis como un
exceso (relativo) de oferta, o como insuficiencia (relativa) de demanda, sólo puede
ser reivindicada por aquellos que reducen todo a la oferta y la demanda, pero
no por los que pretenden demostrar que la oferta y la demanda no explican nada
en sí mismas; tienen que ser explicadas por algo distinto, la acumulación del
capital.
Para el capitalista, el cálculo de
precios es el único que le parece válido y deja los otros para los que quieran
perder tiempo con lo que él considera especulaciones teóricas, tal como las
nociones de “fuente de valor”, “origen de la plusvalía”, etc. El y los “economistas”
sólo están preocupados por la ganancia. Pero el hecho de no saber dónde se
origina esta ganancia le reserva las mayores sorpresas. Para el capitalista
existe una manera muy simple de burlar la tasa media de ganancia y obtener un
beneficio superior (lo que es forzado a hacer antes que otro lo haga en su
lugar y lo saque del mercado): reducir los costos de producción y continuar vendiendo conforme a los
precios determinados por la tasa media de ganancia. Para eso, deberá aumentar
la productividad del trabajo,
con lo que reducirá el costo de cada mercancía producida. Pero, para conseguir
eso es necesario invertir en nuevas máquinas, más perfeccionadas, etc. y con
esto no hará más que aumentar la proporción del capital constante en relación con el capital variable.
Los otros capitalistas, alarmados
por la audacia de su adversario, harán lo mismo, eso si no se retiran,
vencidos, del mercado. El resultado final del movimiento será que en el
conjunto de una rama de producción, o en el conjunto de la economía, se habrá
alterado la relación entre capital
variable y capital
constante a favor de este último. Sabemos que la plusvalía proviene
del trabajo vivo, equivalente a la parte variable del capital (salarios) y eso
no deja de tener consecuencias para el dios del capitalismo, la tasa media de
ganancia.
Como el aumento del capital
constante el aumento de la productividad
del trabajo es el único medio que cada capitalista dispone para aumentar sus
ganancias y vencer en la competencia con otros capitalistas (antes de ser
vencido por éstos) todo esto significa que el interés de cada capitalista se
encuentra en contradicción con el interés del capitalismo en su conjunto, ya
que el aumento de la ganancia individual provoca una caída del beneficio del
conjunto del capital. Al incrementar la productividad del trabajo, el
capitalista se beneficia con un aumento de la plusvalía relativa. Pero, para
eso, debe aumentar el capital constante en relación con el variable y en virtud
de la ley que acabamos de ver: “la tasa de ganancia… está en proporción inversa
al aumento de la plusvalía relativa o del sobre-trabajo relativo, al desarrollo
de las fuerzas productivas y, al mismo tiempo, a la magnitud del capital
empleado en la producción como capital constante cuanto más crece la plusvalía
relativa la fuerza creadora del valor, propia del capital- tanto más caerá la
tasa de ganancia”, dice Marx en la “Contribución a
la crítica de la economía política”.
El dios del capital tiende a la
autodestrucción: la ganancia tiende a cero, el capital tiende a abolirse a sí
mismo. La ley que así lo prueba “es, desde el punto de vista histórico, la ley
más importante (de la economía). De esa forma, se vuelve evidente que la fuerza
productiva material ya disponible y elaborada, existente bajo la forma de
capital fijo, tal como la ciencia, la población, etc., en suma, las condiciones
para la reproducción de la riqueza, o sea, el rico desenvolvimiento del
individuo social; que el progreso de las fuerzas productivas, motivado por el
capital en su desarrollo histórico, una vez que llega a determinado punto,
anula la auto-valorización del capital en lugar de impulsarla”.
La ley que acabamos de analizar,
así como las demás leyes del capitalismo, no se cumplen de modo absoluto, sino
“tendencialmente” como todas las leyes económicas: “en la teoría se presupone
que las leyes del modo capitalista de producción se desenvuelven de manera
pura. En la realidad, siempre hay sólo una aproximación; pero esa aproximación
es tanto mayor cuanto más desarrollado sea el modo capitalista de producción y
cuanto más haya eliminado su contaminación y amalgama con restos de situaciones
económicas anteriores” (El Capital,
vol. III). Por este y por otros motivos, Marx enumera una serie de causas que
contrabalancean la ley principal: 1. Aumento del grado de explotación del trabajo. Aumentó el capital
constante; sin embargo, la plusvalía aumentó en una proporción tal que compensó
el aumento de capital constante y, más aún, la tasa de ganancia creció.
Sabemos, sin embargo, que el aumento de la plusvalía tiene un límite (el de la
propia jornada de trabajo, una parte de la cual será consagrada a la
reproducción del obrero) y, además, “puesto que las mismas causas que elevan la
tasa de plusvalía (el grado de explotación del trabajo) tienden a reducir la
fuerza de trabajo empleada por un capital dado, así tienden esas mismas causas
a disminuir la tasa de ganancia”.
2. Reducción del salario por debajo de su valor: ocurre de la misma
forma que la anterior, también con límites precisos: los obreros no pueden
morir de hambre y se organizan para que el capital no los condene a tal suerte.
3. Abaratamiento de los elementos del capital constante: aunque
este aumente en volumen, puede ser que su valor se mantenga constante y también
su proporción en relación con el capital variable (por ejemplo, cuando una rama
productiva de un país metropolitano comienza a importar materias primas más
baratas de un país atrasado y colonial).
4. Sobrepoblación relativa: permite abrir nuevas ramas productivas
con menor composición orgánica de capital, o sea, con mayor proporción de
capital variable que constante, lo que eleva la tasa de ganancia media en todas
las ramas.
5. Comercio exterior: el comercio entre países industriales, sobre
todo entre éstos y las colonias y semi-cólonias, tiende a abaratar tanto el
capital constante (por ejemplo, las materias primas) como el capital variable
(los alimentos de los obreros). En esa medida, baja el valor del capital
constante y aumenta la tasa de plusvalía.
El conjunto de las causas
enumeradas tiene límites precisos y opera como una barrera a la expansión del
capital. En la medida en que es superada, la ley tiende a actuar más
vigorosamente, pero, en tanto lo haga así, mejor actúa como una tendencia que
no tiene otro límite más allá de la propia abolición del capital, con lo que
finalmente se acaba imponiendo. Los problemas encontrados por la discusión de
la ley se remontan al propio Marx. Uno de los problemas que emanan de sus
esquemas de reproducción (la desproporción entre los dos departamentos) puede
ser descripto así: si los capitalistas del departamento I deciden disminuir el
propio consumo improductivo de su plusvalía con el objetivo de incrementar la
parte destinada a la acumulación, decrecerá su demanda por bienes de consumo
producidos en el departamento II, el cual tendrá que disminuir su producción
haciendo, simultáneamente, reducir su demanda por los medios de producción
generados en el departamento I: una crisis paraliza la acumulación. Una de las
salidas provisorias imaginadas por Marx fue el cambio directo de bienes de
consumo por oro, mientras otros pensaron en la conquista de mercados externos,
lo que permitiría realizar la plusvalía acumulada pero no resolvería el
problema de los bienes de consumo invendibles.
Otro elemento contradictorio en el
proceso de acumulación es el aumento de la composición orgánica, directamente
vinculado con el fenómeno antes descripto. Ciertamente, la acumulación no puede
proseguir con una expansión indefinida del nivel relativo de empleo; si el
ejército industrial de reserva se contrae. Pero, si esto fuera compensado por
el aumento de la productividad, sin reducción de la jornada de trabajo o del
número de trabajadores, el valor creado por la fuerza de trabajo permanece
constante y la tasa de ganancia puede subir. comercio exterior, la depresión de
los salarios reales. porque cae el tiempo de trabajo necesario o, de otro modo,
cae el precio de la fuerza de trabajo por debajo de su valor.
Las leyes del capitalismo hacen que
sus medios (la
búsqueda de la ganancia) se vuelvan contradictorios con su fin(el mantenimiento de la tasa de
ganancia). En la ley que acabamos de exponer se expresa la contradicción de la
forma más simple de la riqueza capitalista (la mercancía, valor de uso y valor)
pues, creando la riqueza material (valores de uso) el capital va minando las
condiciones de creación de la riqueza social (los valores, cuya fuente es el
trabajo vivo, que es una proporción cada vez menor del capital).
Esa contradicción se va desarrollando
en una tendencia al colapso, que se va realizando a través de las crisis
periódicas cada vez más profundas del capitalismo. Esas crisis expresan los
límites del capitalismo: “primero, en el hecho de que el desarrollo de la
fuerza productiva del trabajo produce, en la reducción de la tasa de ganancia,
una ley que se opone a este desarrollo y necesariamente provoca crisis;
segundo, en el hecho de que el elemento decisivo para la expansión o reducción
de la producción no es la relación entre la producción y las necesidades
sociales sino la apropiación del trabajo no pago y la relación entre ese
trabajo no pago y el trabajo materializado, o mejor, para emplear el lenguaje
capitalista, la ganancia y la relación entre esa ganancia y el capital
empleado; por fin, un cierto monto de la tasa de ganancia. La producción
encuentra límites, mientras que desde otro punto de vista, ella parecería
insuficiente. Se detiene en el punto que fija la satisfacción de las
necesidades, pero en producción y en la realización de la ganancia”.
Mientras para la gran mayoría de la
sociedad se produce una brusca caída del poder adquisitivo que empuja a la
miseria a millones de personas, para los capitalistas el problema consiste en
haber producido mercancías en exceso que no pueden ser vendidas, dejando un
beneficio razonable: “periódicamente la producción de medios de trabajo y de
subsistencia es tal que no se puede hacerlos funcionar como medios de
explotación de los obreros bajo una cierta tasa de ganancia. Se producen
mercancías en exceso para que puedan realizarse y convertirse en nuevo capital,
en las condiciones de reparto y consumo dadas por la producción capitalista, el
valor y la plusvalía que ellas contienen. No es que se hayan producido riquezas
en demasía. Pero, periódicamente, se produce riqueza en demasía bajo su forma
capitalista, opuesta una a la otra”.
El exceso de riqueza para los
capitalistas el exceso de capitales que pueden operar bajo una cierta tasa de
ganancia- se expresa para los obreros como un exceso de pobreza que les impide
participar de la riqueza. Son las crisis de superproducción que manifiestan la
existencia de un capital excedente para una tendencia decreciente de la tasa de
ganancia. Las crisis son el modo convulsivo por el cual el capital intenta
poner un freno a esa tendencia y reconstituir una situación de equilibrio (una
tasa de ganancia “aceptable”).
Depreciado el capital, liquidada
una parte de éste bajo la forma de mercancías invendibles (máquinas o artículos
de consumo) que se arruinan o son destruidas, es posible encontrar una nueva
relación entre el capital constante y el variable y reconstituir la tasa de
ganancia. El proceso recomienza, pero para dar lugar más adelante a una crisis
todavía más profunda, por la mayor magnitud (en volumen y valor) del capital
existente. “La depreciación periódica del capital existente, uno de los medios
especiales del modo de producción capitalista para detener la caída de la tasa
de ganancia y para acelerar la acumulación de valor-capital mediante la
formación de nuevo capital, desordena las condiciones en las cuales se cumple
el proceso de circulación y reproducción del capital y es acompañada entonces
de bruscas caídas y crisis del proceso de producción”.
¿Qué expresa la crisis? “A partir
de cierto momento, el desarrollo de las fuerzas productivas se vuelve un
obstáculo para el capital; por lo tanto, la relación del capital se vuelve una
barrera para el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo. En agudas
contracciones, crisis, convulsiones, se expresa la creciente inadecuación del
desarrollo productivo de la sociedad y sus relaciones de producción hasta hoy
vigentes. La violenta aniquilación del capital, no por circunstancias ajenas a
él mismo, sino como condición de su auto-conservación, es la forma más contundente
en la cual se le da el consejo de que se retire y deje lugar para uno estadio
superior de producción social”.
Por lo tanto, es una forma
ideológica (burguesa) presentar a Marx como el “pionero” del análisis del
“ciclo económico” (el cual encontraría su expresión más desarrollada en
Keynes): “El primer análisis sistemático del ciclo económico se vincula al
nombre de Marx. Ricardo y la escuela clásica no habían enfrentado, más allá de
observaciones marginales, el problema de las fluctuaciones de la acumulación
capitalista: los consideraban un fenómeno secundario, irregular y accidental, y
debido a factores externos al proceso capitalista”. Aunque esa forma sea
todavía un mérito frente a la definición de la teoría marxista que hace el
Premio Nobel de Economía, Paul A. Samuelson: “Marx, el economista, no Marx el
filósofo de la historia y de la revolución (fue) un pos-ricardiano de grandeza,
secundaria, autodidacta, alejado durante toda su vida de una crítica y un
incentivo válidos”.
Al contrario, el alcance histórico
del descubrimiento de Marx está perfectamente claro en la conclusión de
Gianfranco Pala: “Lo que falta no son condiciones sociales para absorber los
productos, para satisfacer las necesidades de la población: estamos bien lejos
todavía de la satisfacción real de todas las necesidades de las masas. Lo que
falta son condiciones capitalistas para
que los productos-mercancías sean vendidos a precios que garanticen ganancia a
los capitalistas que los hicieron producir. De allí la mayor paradoja de la
historia: la sub-producción de objetos comunes para la humanidad se presenta,
en el capitalismo, como sobreproducción
generalizada de mercancías”.
El mismo motivo provoca la sobreproducción: “Todo el proceso de la acumulación desemboca
así en sobreproducción, que corresponde, por un lado, al natural aumento de la
población, y, por el otro, constituye la base inmanente de los fenómenos que se
manifiestan en la crisis.
La medida de la sobreproducción es el propio capital, el nivel de las condiciones de la producción y el
desmedido impulso al enriquecimiento y a la capitalización de los capitalistas,
no el consumo, que a priori es limitado, porque la mayoría de la población
“obrera” no puede aumentar su consumo sino dentro de límites muy estrechos, y
por otro lado, en la medida en que el capitalismo se desarrolla, la demanda de
trabajo diminuye relativamente,
aunque crezca absolutamente.”
Según la expresión del propio Marx,
en el libro III de El Capital,
acumulación-sobreproducción y caída tendencial de la tasa de ganancia son dos
caras de la misma moneda o “caída de la tasa de ganancia y aceleración de la
acumulación son sólo expresiones diversas de un mismo proceso, que indican,
ambos, el desarrollo de la fuerza productiva. La acumulación acelera la caída de
la tasa de ganancia, al causar la concentración del trabajo en gran escala y,
en consecuencia, una composición superior del capital. Por otro lado, la
disminución de la tasa de ganancia acelera la concentración de capital, su
centralización vía expropiación de los pequeños capitalistas, de los
productores directos sobrevivientes que conserven alguna cosa a ser expropiada.
La acumulación como masa se acelera, mientras la tasa de acumulación disminuye
junto a la tasa de ganancia”.
La vinculación orgánica de la caída
tendencial de la tasa de ganancia, la sobreproducción (“sobre-acumulación”) y
crisis, se encuentra expuesta de manera más clara y desarrollada en el
propio El Capital, y
derivada de la ley general de la acumulación del capital: “La disminución del
capital variable en relación al capital constante, determina una composición
orgánica creciente del capital total, resultando de allí que, sea que el grado
de explotación del trabajo permanezca inalterable, sea que aumente, la tasa de
la plusvalía se expresa en una tasa general de ganancia siempre decreciente (se
manifiesta de una forma tendencial y no absoluta). La tendencia permanente a la
disminución de la tasa general del ganancia es sólo la expresión del desarrollo
progresivo de la productividad social del trabajo, expresión que corresponde al modo de producción capitalista.
“Una misma tasa de plusvalía,
manteniéndose constante el grado de explotación del trabajo, se manifiesta en
una tasa de ganancia decreciente, porque el aumento de las dimensiones
materiales del capital constante es acompañado por un aumento del valor de este
último y, por consiguiente, aunque no en las mismas proporciones, también del
capital social. Si admitimos que esta modificación gradual en la composición
del capital se efectúa no sólo en algunas ramas de la producción sino en casi
todas, o por lo menos en las esferas determinantes de la producción, que de
este modo equivale a una modificación de la composición orgánica media del
capital total perteneciente a una determinada sociedad, un semejante
crecimiento progresivo del capital constante con relación al capital variable,
tiene, como consecuencia inevitable, una disminución gradual de la tasa general
del ganancia, si la tasa de plusvalía o el grado de explotación del trabajo por
el capital se mantuviera invariable.
“Las crisis nos presentan siempre
una solución temporaria y violenta de las condiciones existentes, de las
explosiones violentas que restablecen por un instante el equilibrio perturbado…
La contradicción puede expresarse bajo su forma más general de la siguiente
manera: el modo de producción capitalista tiene tendencias a desarrollar de una
forma absoluta las fuerzas productivas, independientemente del valor de la
plusvalía que este último contiene, independientemente de las relaciones
sociales dentro de las cuales la producción capitalista se efectúa. Mientras,
por un lado, pone como finalidad la conservación del valor capital existente y
su máximo crecimiento posible (esto es, el aumento cada vez más rápido de ese
valor). La característica específica de este modo de producción es el hecho de
servirse del valor capital existente como de un medio para aumentar ese valor
al máximo. Los métodos gracias a los cuales llega a este resultado acarrean la
disminución de la tasa de ganancia, la depreciación del capital existente y el
desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo a costa de las fuerzas
productivas ya producidas”.
La exposición de Marx sobre la
realización de esa ley de modo tendencial; esto es, a través de ciclos en que,
a pesar de las tendencias compensadoras, la tendencia general se impone por
medio de crisis, cuya única vía de salida es la preparación (ciclos mediante)
de crisis cada vez mayores. Esa tendencia es evidente en toda la historia del
capitalismo, sirve como “medida de valor” de las críticas más recientes a la
teoría marxista: “La superposición era sólo apariencia: traducía un profundo
sub-consumo obrero. Esta tesis, seductora de las multitudes, tuvo, bajo
diversas fórmulas, gran suceso, pero no resistía un examen objetivo. La
historia del capitalismo en los países desarrollados la desmintió: los
trabajadores no sufren pauperización absoluta o relativa. Y aunque fuese
parcialmente verdadera, no retrataría el ritmo cíclico: la crisis de sub-consumo
sería permanente y de gravedad creciente, lo que estaría en la lógica
catastrófica del marxismo. El locus histórico
de la realización de
la crisis es el mercado mundial, que es la base de la existencia del
capitalismo aunque éste lo haya precedido históricamente. La lógica del capital
es el desarrollo dialéctico (contradictorio) de su génesis histórica, como ya
explicó Marx en El Capital:
“No hay duda de que las grandes revoluciones del siglo XVI y XVII, así como los
descubrimientos geográficos y sus consecuencias en el comercio y en el
desarrollo del capital mercantil, constituyen un factor que aceleró el pasaje
del modo de producción feudal al capitalista
La base de este último es el propio mercado mundial. Por otro lado, la
necesidad inmanente del capitalismo de producir en una escala cada vez mayor
incita una extensión permanente del mercado mundial, de manera que no es más el
comercio el que revoluciona la industria, sino al contrario”.
La constitución del mercado mundial
es la misión histórica progresiva del capital; la crisis en el mercado mundial
indica la madurez de las condiciones para la sustitución de aquél: “El mercado
mundial constituye simultáneamente la premisa y la sustentación de todo. Las
crisis representan entonces el síntoma general de la superación de la premisa,
y el impulso para el nacimiento de una nueva forma histórica”. En el
post-scriptum o (después de escrito abreviado - a la segunda edición de El Capital, Marx evidenció la validez
histórica de sus descubrimientos, anticipando la “Gran Depresión”
inmediatamente ulterior: “El movimiento contradictorio de la sociedad
capitalista se manifiesta en la burguesía práctica, de forma más notable, en
las modificaciones del ciclo periódico a que está sujeta la industria moderna,
y cuyo punto culminante será la crisis general.
El significado teórico de la
constitución del mercado mundial sobrepasa sus características
histórico-geográficas concretas, “es la extensión mundial del capital, como
realización de un proceso que lo vuelve adecuado a su concepto: como referencia
universal de la relación capitalista en tanto relación de clase (cualitativa) y
no como simple dominación espacial (cuantitativa). En el mercado mundial, la
producción es puesta como totalidad,
así como cada uno de sus momentos, en el cual al mismo tiempo todas sus
contradicciones se ponen en movimiento… El comercio y el mercado mundial
constituyen el presupuesto histórico y abren, en el siglo XVI, la historia
moderna de la vida del capital, iniciada sin embargo sólo donde las condiciones
generales para su existencia estaban siendo creadas en el interior de las
formas precedentes… El significado del mercado mundial – como categoría lógica
del razonamiento- es iluminado por la dominación que el capital ejerce sobre todos los otros
modos de producción. De esta circunstancia, ni siquiera los más autorizados
defensores de la posibilidad de fuga de la llamada periferia del centro
imperialista, no consiguen huir. Cuando no caen en la banalidad del
sistema-mundo, levantan la hipótesis de la salida del área de la producción de
mercancías”. En su plan original, como vimos inicialmente, Marx preveía la
exposición de las crisis conjuntamente con el mercado mundial.
El desarrollo del capitalismo
es cíclico exactamente
por su tendencia permanente a la crisis: contrariamente al pensamiento burgués,
en Marx es la crisis la que explica el ciclo, y no el contrario. Por eso, la
crisis repone las condiciones necesarias para la instalación de un nuevo
período de expansión capitalista. Esto sucede, de un lado, por la destrucción
de parte de las fuerzas productivas, desvalorizándolas. Como resultado, ocurre
una mayor concentración industrial, una vez que las empresas que operaban en
desventaja fueron sancionadas por el mercado, y ocurre también la reducción de
la tasa del salario, comprimido, por un lado, por la depresión, y por otro
lado, por el incremento de la tasa de la plusvalía a un nivel tal que sea
suficiente para compensar la caída de la tasa de ganancia.
Se inicia, entonces, un nuevo ciclo
de acumulación. En cada nuevo ciclo, las contradicciones son mayores, el ciclo
del capital, a través de las crisis periódicas, se decompone y recompone por
etapas. La primera crisis internacional, 1873, fue el resultado de un proceso
contradictorio que llevó, en el París de 1870, a la momentánea capitulación de
la burguesía (la Comuna), pero esa etapa dejó abierta, para la última década
del siglo XIX, las primeras contradicciones financieras (bancarias) inter-imperialistas,
marcando el inicio de la declinación inglesa. La segunda crisis, la bélica de
1914, fue precedida por la fase irresuelta del dominio colonial, pero todavía
esa etapa dejó abierto el problema de una sobreproducción latente.
La posibilidad de salir del
capitalismo por medio del crédito (utopía pequeño-burguesa ya criticada por
Marx en 1847, en Miseria de la
Filosofía) es tan realizable como la mucho más reciente tentativa de
salir de la crisis mediante la expansión artificial (financiera) del mercado
mundial, que olvida que el capital-dinero nunca puede emanciparse totalmente
del capital-mercancía o, como ya explicaba Marx, “en la fase de crisis del
ciclo industrial, la caída general de los precios de las mercancías se expresa
como aumento del valor relativo del dinero, y en la fase de prosperidad, el
aumento general de los precios de las mercancías se expresa como caída del
valor relativo del dinero”. Ya en los Grundrisse se afirmaba que los máximos resultados que “el
capital consigue, en esa línea, son de un lado el capital ficticio, y de otro
el crédito sólo como nuevo elemento de concentración, de disolución de los
capitales en capitales aislados y centralizadores”. El crédito, en verdad, “es
también la forma en la cual el capital procura diferenciarse de los capitales
aislados”, y en la cual el carácter social de la producción capitalista
encuentra su expresión más decidida.
En Teorías sobre la plusvalía se esclarece que “el capital
puramente ficticio, títulos de Estado, acciones, etc. – siempre y cuando no
lleve a la bancarrota del Estado o de las sociedades anónimas, o no entorpezca
en términos generales la reproducción, minando el crédito de los capitalistas
industriales que retienen estos valores, no es más que una simple transferencia
de riqueza de unas manos a otras y, en conjunto, se traducirá en resultados
favorables en lo que se refiere a la producción, ya que los parvenus (adjetivo
no preciso) que adquieren por precio bajo estas acciones o títulos son, en
general, más activos y emprendedores que aquellos que anteriormente los
poseían”.
¿En qué medida pueden ciclos y
crisis ser expresados cuantitativamente (matemáticamente) y en qué medida se
puede establecer correlaciones entre crisis económica y crisis política (de la
cual la crisis revolucionaria es un caso extremo)? Según muchos autores, la
primera tarea sería imposible e implicaría, para la segunda, la caída en un
determinismo economicista. Si el economicismo debe ser evitado, sólo puede
serlo tomando en cuenta que los cambios sociales y las representaciones
políticas e ideológicas nunca pueden volverse totalmente independientes de la
evolución económica.
Para Marx, la primera tarea era
posible, según se lee en una carta a Engels, de mayo de 1875: “El problema es
el siguiente: usted conoce las tablas que representan precios, tasas de descuento,
etc., bajo la forma de zigzag que fluctúan hacia arriba y hacia abajo. Intenté
repetidamente computar esos (alzas y bajas) con el objetivo de hacer un
análisis de los ciclos económicos como curvas irregulares y, así, calcular
matemáticamente las principales leyes de las crisis económicas. Creo que la
tarea todavía puede realizarse con base en material estadístico críticamente
seleccionado”.
En cuanto a la segunda tarea, es
más difícil todavía, y de esa dificultad dejó testimonio Engels en un texto que
escribió poco antes de su muerte, en el que reconoce que “en la historia
contemporánea corriente, seremos forzados con mucha frecuencia a considerar
este factor, el más decisivo, como un factor constante, a considerar como dada
para todo el período y como invariable la situación económica en la cual nos
encontramos al inicio del período en cuestión, o a no considerar más que
aquellos cambios operados en esta situación, que por derivar de acontecimientos
patentes sean también patentes y claros. Por esa razón, aquí el método
materialista tenderá, con mucha frecuencia, a limitarse a reducir los
conflictos políticos a las luchas de intereses de las clases sociales y
fracciones de clases existentes, determinadas por el desarrollo económico, y a
manifestar que los partidos políticos son la expresión política más o menos
adecuada de estas mismas clases y fracciones de clases. Falta decir que esta subestimación inevitable de los cambios
que operan al mismo tiempo en la situación económica verdadera base de todos los acontecimientos
que se investigan tiene
que ser necesariamente una fuente de errores“.
De todo lo que antecede se
desprenden algunas conclusiones básicas. La obra de Marx y Engels no está
“incompleta”, entre otras cosas, por la ausencia de una “teoría de las crisis”.
Al contrario, El Capital,
y el conjunto de su obra “económica” (que incluye Teorías sobre la plusvalía, los Grundrisse, la Contribución de
1859, la Introducción de
1857, los diversos prefacios, etc.) dan más la impresión de pecar por exceso
que por sus lagunas. El hecho de que sólo el libro I de El Capital haya sido publicado en
vida de Marx; o sea, sólo una parte del plan original, no debe confundir, pues
“en el primer libro de El Capital,
Marx solo limitó formalmente su investigación al proceso de producción del
capital. En verdad, seleccionó y presentó como totalidad, en esta parte,
también el todo del modo de producción capitalista y de la sociedad burguesa
derivada de él, con todas sus manifestaciones económicas, jurídicas, políticas,
religiosas, artísticas o filosóficas, en suma, ideológicas. Esta es una
consecuencia necesaria del método dialéctico de exposición”.
Además, Marx fue el pionero del
análisis de las crisis del capitalismo, que, en cuanto tales, siquiera fueron
objeto de análisis de sus “predecesores” smith-ricardianos, pues “por lo que se
refiere a la escuela ricardiana y a sus herederos, se puede decir que las
crisis no ocuparon virtualmente lugar alguno dentro de su sistema: las
depresiones debían ser atribuidas a las interferencias del exterior que
impedían el libre juego de las fuerzas económicas o el proceso de la
acumulación de capital, más que a los efectos de un mal crónico interno de la
sociedad capitalista. Los sucesores de esta escuela estaban suficientemente
obcecados con esta idea para buscar otra explicación fundada en causas
naturales (como las fluctuaciones de las cosechas) o en el “velo monetario”.
Para Marx, por el contrario, era evidente que las crisis estaban asociadas a
las características esenciales de la economía capitalista en sí misma”.
En el sistema marxista carecería de
sentido cualquier exposición de una “teoría de las crisis” (y de cómo
evitarlas) separada de la teoría general de la acumulación capitalista. En el
plan original de Marx (1857), la exposición de las crisis estaba directamente
vinculada con el mercado mundial, locus específico(desambiaguación) de la
acumulación de capital, pues su mutua relación, en palabras de Marx, “salta a
los ojos”. Marx y Engels fueron extremadamente cuidadosos y prudentes en el
estudio de las mediaciones entre crisis económica y crisis política,
estableciendo, de un lado, la existencia de un vínculo entre ambas y, de otro,
la no automaticidad de ese vínculo y, hasta cierto punto, la imposibilidad de
conocerlo inmediatamente en toda su magnitud.
La pretensión de hacer de Marx un
teórico del “sub-consumo” (que podría ser resuelto mediante “políticas
sociales” o, como se dice hoy, “compensatorias”) o de la “desproporcionalidad”
(que podría ser resuelta por el “planeamiento indicativo”) se apoya en lecturas
parciales, cuando no interesadas, de la obra de Marx. Es lo que sucede cuando
se afirma que Marx “había elaborado su teoría de la tasa decreciente de
ganancias, basada en el principio de la creciente composición orgánica del
capital. En el Tomo III de El
Capital esta teoría está indisolublemente mezclada con la teoría
del sub-consumo, y ambos órdenes de ideas no son planteados en una relación
clara”37, lo que sólo significa que Marx no escribió aquello que el
autor deseaba que escribiese. La “desproporcionalidad” es consustancial a todo
sistema económico (inclusive a un sistema imaginariamente socialista), pues no
existe posibilidad de transmisión instantánea de las informaciones de la
“demanda efectiva” (mercantil o no) e, incluso si existiese, no existiría la
posibilidad de la recolocación instantánea de los factores de producción. En el
régimen capitalista esto se agrava porque las inversiones son realizadas por
cada capitalista individual, de acuerdo con sus intereses particulares y más
inmediatos, apostando a la rama de producción que más le asegure un retorno
positivo; o sea, una más elevada tasa de ganancia. Invierten sin que, al mismo
tiempo, una demanda efectiva sea asegurada para las mercancías producidas.
Si la venta de las mercancías por
su valor no se verifica, o apenas lo hace en parte, los capitalistas no podrán
recomenzar inmediatamente el proceso de producción en escala ampliada. La
reproducción del capital es momentáneamente interrumpida, posibilitando la erupción
de la crisis. Para que la producción ampliada se efectúe sin interrupción, es
preciso que sean constantemente reproducidas ciertas condiciones de equilibrio;
es preciso que la oferta y la demanda recíproca de mercancías sean iguales
entre los dos sectores de la producción capitalista (bienes de consumo y bienes
de producción). Esta condición de equilibrio, con todo, jamás se verifica en la
práctica, precisamente por tropezar con la contradicción antes señalada: el
carácter de la producción es social, aunque las decisiones de invertir son
tomadas individualmente sin que haya coordinación o planeamiento central entre
la producción y la demanda efectiva. Esto agrava un problema que, en mayor o
menor medida, existió en los sistemas de producción del pasado y existirá en
los del futuro.
Marx fue muy claro al afirmar que
la tendencia decreciente de la tasa de ganancia “alimenta la sobreproducción,
la especulación, las crisis, la existencia de capital excedente junto a una
población excedente”. Además, revela “que el régimen de producción capitalista
tropieza en el desarrollo de las fuerzas productivas con un obstáculo que no
guarda la menor relación con la producción de la riqueza en tanto tal. Este
peculiar obstáculo señala precisamente la limitación y el carácter puramente
histórico, transitorio, del régimen capitalista de producción…” Cualquier
análisis reconoce que, “aunque varios factores puedan, temporariamente,
neutralizar esa tendencia, operan dentro de límites estrechos, de modo que la
caída, a lo largo del siglo, de la tasa de ganancia surge como la tendencia dominante“.
Una crisis económica es una caída
de la expansión de la producción, una interrupción de la acumulación de capital
o, en otras palabras, una caída de las inversiones debido a su baja rentabilidad.
“La crisis desnuda la discrepancia entre la producción material y la producción
de valor: su proximidad se anuncia con una debilidad en la tasa de acumulación,
una sobreproducción de mercancías y un aumento de desempleo. Así, el camino
para salir de la depresión consiste en cerrar la brecha entre expansión y
rentabilidad, por medio de nuevas inversiones, y la “normalización” de los
mercados de bienes y mercancías. La crisis no comienza simplemente. Comienza en
industrias específicas, por más que haya sido causada por la situación global.
Como la crisis, también el ascenso comienza en industrias específicas y afecta
acumulativamente a toda la economía. Como la acumulación de capital es la
reproducción ampliada de los medios de producción, el ascenso y la caída,
aunque generales, son observables primero y antes de todo en la manufactura de
bienes de producción”.
La competencia toma una forma
despiadada y, en algunos negocios, los precios bajan forzosamente hasta un
punto ruinoso. Los valores de capital se deprecian rápidamente, se pierden
fortunas y las utilidades desaparecen. La demanda social decrece
progresivamente según aumenta el número de desocupados: el exceso de mercancías
es controlado únicamente por la caída todavía más rápida de la producción. La
crisis se extiende a todas las esferas y ramas de la producción. Su forma
general revela la interdependencia social del modo de producción capitalista, a
pesar de las relaciones de propiedad privada que lo dominan.
Fue precisamente Engels quien vinculó
la expansión de la conquista colonial con la especulación financiera y el nuevo
papel de la Bolsa de Valores (“la Bolsa modifica la distribución en el sentido
de la centralización, acelera enormemente la concentración de capitales y, en
ese sentido, es tan revolucionaria como la máquina la vapor”): “La ausencia de
crisis a partir de 1868 se basa en la extensión del mercado mundial, que
redistribuyó el capital superfluo inglés y europeo en inversiones y circulación
en todo el mundo en diversas ramas de inversión. Por eso una crisis por súper-especulación
en los ferrocarriles, bancos, o en inversiones especiales en América o en los
negocios de la India sería imposible, mientras crisis pequeñas, como la de la
Argentina de tres años a esta parte, se volvieron posibles. Pero todo esto
demuestra que se prepara una crisis gigantesca”.
En una carta crítica a Kautsky,
Engels subraya la necesidad de “identificar en la conquista colonial el interés
de la especulación en la Bolsa”. Todo con una conclusión central que, bien
interpretada, ya anticipa en la década de 1890 la etapa de tensión mundial que
conduciría a la Primera Guerra Mundial (y su consecuencia más importante, la
Revolución de Octubre): “Es todavía la magnífica ironía de la Historia: a la
producción capitalista sólo le resta ahora conquistar China, y cuando
finalmente lo hace, se le vuelve imposible hacerlo en su propia patria”.
Mundial por su propia naturaleza
histórica, la crisis capitalista es la base de crisis políticas sistemáticas y
de crisis internacionales. Por su propia base teórica, y por todas sus
implicaciones, a causa de este significado decisivo de la crisis, la teoría
marxista es, en su núcleo, como fue señalado acertadamente, una teoría de la crisis, mientras las
teorías burguesas son en general teorías coyunturales o del ciclo. En la
base de todo el proceso se encuentra la tendencia fundamental de la producción
capitalista, que fue resumida de modo muy claro en El Capital: “La creación de… plusvalía es el objeto del proceso
de producción directa. Apenas una cantidad de plusvalía se materializa en las
mercancías, la plusvalía fue producida… Viene entonces el segundo acto del
proceso. Toda la masa de mercancías debe ser vendida. Si eso no se hiciera, o
se hiciera sólo parcialmente, o sólo a precios por debajo de los precios de
producción, el trabajador no habrá sido menos explotado, pero su explotación no
se consubstanciará como tal para el capitalista. Podrá no proporcionarle
ninguna plusvalía, o realizar apenas una parte de la plusvalía producida, o
significar incluso una pérdida parcial o total de su capital. Las condiciones
de la explotación directa y las de la realización de la plusvalía no son
idénticas. Son preparadas lógicamente, tanto por el tiempo como por el espacio.
Las primeras son limitadas sólo por la capacidad productiva de la sociedad, las
últimas por las reacciones proporcionales de las varias líneas de producción y
por la capacidad de consumo de la sociedad. Esa última capacidad no es
determinada por la capacidad productiva absoluta o por la capacidad consumidora
absoluta, sino por la capacidad de consumo basada en condiciones antagónicas de
distribución, que reducen el consumo de la gran masa de la población a un
mínimo variable dentro de límites más o menos estrechos.
“La capacidad de consumo está
todavía más restringida por la tendencia a acumular, por la ambición de una
expansión del capital y una producción de la plusvalía en escala ampliada. Esa
ley de la producción capitalista es impuesta por las revoluciones incesantes en
los métodos de producción por la resultante depreciación del capital existente,
la lucha general de la competición y la necesidad de mejorar el producto y
expandir la escala de producción para la auto-preservación y bajo pena de
quiebra. El mercado debe, por lo tanto, ampliarse continuamente, de forma que
sus interrelaciones y las condiciones que las regulan asumen más y más la forma
de ley natural independiente de los productores y se vuelven cada vez más
incontrolables. Esa contradicción interna busca su equilibrio en una expansión
de los campos externos de producción. Pero, a medida que la capacidad
productiva se desarrolla, se encuentra en desacuerdo con la estrecha base en la
cual la condición de consumo reposa. En esa base contradictoria, no será una
contradicción la existencia de un exceso de capital simultáneamente con un
exceso de población. Pues, aunque una combinación de ambos aumente realmente la
masa de la plusvalía producida, al mismo tiempo intensifica la contradicción
entre las condiciones bajo las cuales esa plusvalía es producida y las
condiciones en que es realizada.”
Marx no subrayó, pues le parecía
obvio, que todos los elementos fenoménicos de la crisis se vinculaban con la
“ley fundamental de la economía moderna” (la tendencia decreciente de la tasa
de ganancia), lo que dio lugar a las mistificaciones posteriores, incluyendo el
“aburguesamiento” de la teoría marxista, realizado, por ejemplo, por Schumpeter
(“Encontramos [en Marx] prácticamente todos los elementos que caben en un análisis
serio de los ciclos coyunturales”). El panorama general del debate justifica la
opinión de Haberler y Holesovsky: “La mayoría de los intérpretes de Marx
descuidan, en sus análisis, el papel central de la tasa de ganancias
declinante. Tienden más a un resumen libre de los elementos de una teoría de
las crisis encontradas en Marx, y con esto llegan en escasa medida a profundas
conclusiones teóricas”.43 Algunos pocos, como Maurice Dobb,
hallan que la escasez de la mano de obra es el factor fundamental que reduce
periódicamente la tasa de ganancia. De acuerdo con esto, la escasez de la mano
de obra durante la expansión produce inversiones que economizan trabajo, las
cuales reducen, a su vez, la tasa de ganancia por medio del aumento de la
relación entre capital constante y variable La crítica de los esquemas de
reproducción ampliada, propuestos por Marx para una economía capitalista
“pura”, fue realizada por Rosa Luxemburgo. El error de Rosa Luxemburgo consiste
en haber considerado los esquemas de la reproducción del Libro II de El Capital, como expresión de la
realidad concreta y acabada del capitalismo. Así, Mitchell presenta la simple
posibilidad abstracta de las crisis del capitalismo, aisladas del proceso de
reproducción en su conjunto, como una de sus causas, la “posibilidad primera”.
La caída tendencial de la tasa de ganancia sólo explicaría las crisis
periódicas como simples interrupciones en la marcha hacia el derrumbe del
proceso de acumulación. Según Marx, “al desarrollarse la producción
capitalista, la escala de producción se determina en grado cada vez menor por
la demanda directa del producto, y en grado cada vez mayor por el volumen de
capital de que dispone el capitalista individual, por la tendencia a la
valorización de su capital y la necesidad de que su proceso de producción sea
continuo y se extienda. Con eso crece necesariamente, en cada rama particular
de la producción, la masa de productos que se encuentran como mercancías en el
mercado o que buscan salida. Crece la masa de capital fijada durante más o
menos tiempo bajo la forma de capital mercantil. Aumenta entonces la
acumulación de mercancías”. Por lo tanto, pensar que las crisis capitalistas se
producen por la sobreproducción de mercancías respecto de la demanda solvente
de los trabajadores, lleva lógicamente a concluir que el estado normal del
capitalismo es de crisis permanente, lo que nada tiene que ver con la evidencia
histórica.
Las crisis se producen, no porque
haya medios de consumo en demasía sin realizar en el mercado capitalista, sino
porque la plusvalía se produce bajo condiciones de rentabilidad que no
justifican que se continúe produciendo: “Lo que en realidad producen los
trabajadores es plusvalía. Mientras la producen (en condiciones en que permite
la tasa de ganancia) tendrán [algo] para comer. Apenas dejan [de producir]
termina su consumo al terminar su producción Cabe, en efecto, preguntarse si el
capital en tanto tal es también el límite con el que tropieza el consumo. Lo es
ciertamente en un sentido negativo, ya que no se puede consumir más de lo que
se produce. Pero el problema [está en saber] si lo [es] también en sentido
positivo, [esto es], si tomando como
base la producción capitalista- se puede y se debe consumir tanto como se produce.
Si analizamos acertadamente, no se produce con vistas a los límites del consumo
existente, sino que la producción sólo se encuentra limitada por el propio
capital. Y no cabe duda de que esto es característico del modo de producción
capitalista”.44
La supuesta necesidad orgánica para
el capital de sectores no capitalistas para expandirse, fue objeto de la
crítica de Grosman: “Si los partidarios de la teoría de Rosa Luxemburgo quieren
reforzar esta teoría mediante la alusión a la creciente importancia de los
mercados coloniales de salida; si ellos se remiten al hecho de que la
participación colonial en el valor global de las exportaciones de Inglaterra
representaba en 1904 poco más de un tercio, mientras que en 1913 esta
participación se aproximaba al 40%, entonces esta argumentación que sustentan a
favor de aquella concepción carece de valor y, más que esto, con ella consiguen
lo contrario de lo que pretenden obtener, pues estos territorios coloniales
tienen realmente cada vez más importancia como áreas de colocación; pero sólo
en la medida en que se industrializan; en la medida en que abandonan su
carácter no capitalista”.
Marx definió a la competencia como
contradicción del capital consigo mismo. Viceversa, cuando la economía política
discurre sobre competencia y competitividad presupone el recíproco concurso no
conflictivo entre las múltiples, hipotéticamente infinitas, unidades
decisionales contempladas. Se postula, por lo tanto, que esa multiplicidad
funcione lógicamente siempre y sólo como unidad. Según la ideología burguesa,
la mano del capital, invisible o visible, conduce fatalmente al equilibrio y la
armonía. La teoría keynesiana es parte de esa ideología. En su Teoría General no se encuentra
un lugar donde la competencia, junto a la multiplicidad de los capitales, tenga
un rol lógicamente necesario. Y cuando atribuye a la competencia la función
específica de ajustar el equilibrio real de la demanda efectiva, para cualquier
nivel definido neutral de ocupación, confirma plenamente la función armónica
indistinta dentro de un capital homogéneo. Son obvias las consecuencias. La
lucha entre los diversos capitales para acaparar el máximo ganancia individual
es suprimida. En su lugar, se supone que la “competencia” armónica consiga
conducir la tasa de ganancia al equilibrio ideal. De la misma manera desaparece
la disputa incesante entre ganancia bancaria (interés monetario) y ganancia
industrial, supuestas en perenne condición de igualdad.
Con la unicidad del capital en
lugar de su multiplicidad, se esconde el recíproco tenersi lontani de los capitales individuales, su no operar
uno por el otro, su real enfrentamiento. Se ignora que, en las varias fases del
ciclo, “la calma es sólo un caso límite del conflicto” – para decirlo con
Bertolt Brecht- por la alternante supremacía ora de uno, ora del otro.
Ideológicamente, la excepción se transforma en la norma, el conflicto se
transforma en colusión. El antagonismo es sustituido por la armonía, la crisis
cede paso al equilibrio, el múltiplo se convierte en uno. Cada contradicción es
suprimida. Se considera sólo una parte de la realidad de la relación interna
del capital – cuando las cosas van bien. Se ocultan las razones por las cuales
los capitalistas, en competencia mutua, se comportan como falsos hermanos
hermanos-enemigos.
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