jueves, 31 de marzo de 2011

MIS CRITICAS A FUKUYAMA

Por encima del triunfalismo y la confusión de conceptos explicita en la afirmación de Fukuyama.- Después del advenimiento del Estado democrático liberal en Europa del siglo XIX no ha surgido ni podido aparecer con real éxito y vigencia importante, ningún régimen político alternativo. La cuestión de clase habría sido resuelta por el capitalismo y el liberalismo la decadencia del llamado socialismo real o socialismo estatista, que no percibieron los ciudadanos, sería una buena demostración precisamente de esta tendencia. Para Fukuyama sería una afirmación del fin de la historia. Otra razón importante es que la tesis que comentaremos está construida para, desde el terreno ideológico y al decir del mismo Fukuyama, poner el clavo final en el ataúd de la alternativa marxista-leninista a la democracia liberal. Dada la importancia del marxismo en la reflexión social de los últimos 150 años, la pretensión anotada redobla el interés por el análisis y la crítica. El pensamiento de Fukuyama no tiene un marco histórico bastante preciso: se trata de la coyuntura desarrollada a partir de 1989 en Occidente que ha estado influenciada por el inicio del desmoronamiento de los regímenes del "socialismo real" en Europa del Este. A la pregunta de qué es lo que significa este momento para occidente y el mundo, el autor responde que se trata ya no de una simple coexistencia entre capitalismo y socialismo, sino de la derrota de este último y de la victoria para Fukuyama final del capitalismo y del liberalismo como sistema político. Se trata no solamente de que ya no existan alternativas viables al capitalismo como sistema económico, y ello estaría demostrado por el restablecimiento de relaciones de producción capitalista en Rusia, China y Europa del Este y su inclusión en la economía de mercado, sino que además se trata del triunfo de la idea occidental, que para Fukuyama es principalmente la cultura occidental de consumo. Políticamente este desarrollo significa y en ello Fukuyama utiliza la existencia del liberalismo como estado homogéneo universal. Se trata de que, al no existir regímenes políticos superiores, y al haber fracasado los modelos que se pretendían alternativos, la democracia capitalista aparece como el régimen político absoluto e ideal. Este habría resuelto todas las inquietudes ideológicas planteadas y el país representativo de aquél, los Estados Unidos de Norteamérica, habría satisfecho incluso los máximos y extremos ideales de igualdad y libertad: el igualitarismo de los Estados Unidos de hoy representa el logro esencial de la sociedad sin clases previsto por Marx ".
Por encima del triunfalismo y la confusión de conceptos explícita en la afirmación de Fukuyama, lo que trata de sustentar es que, después del advenimiento del estado democrático liberal en Europa del siglo XIX, no habría surgido ni podido aparecer, con real éxito y vigencia importante, ningún régimen político alternativo. !La cuestión de clase habría sido resuelta por el capitalismo y el liberalismo!. La decadencia del socialismo sería demostración precisamente de esta tendencia. He ahí el sentido del fin de la historia para Fukuyama: es el término de la historia ideológica, la universalización de la democracia liberal como forma final de gobierno humano. Se trata, siguiendo un esquema que se autodenomina hegeliano, del triunfo de la idea, de la razón universal concretizada en el Estado capitalista. No importa que este régimen no esté vigente en todo el planeta, ni tampoco que se manifieste con "imperfecciones". Para Fukuyama la victoria del fin de la historia es suficiente es en el plano de las ideas y no todavía en el plano material. En el fin de la historia no es necesario que todas las sociedades se conviertan en exitosas sociedades liberales sino que terminen sus pretensiones ideológicas de representar diferentes y más altas formas de la sociedad humana. Es, pues, el fin de las ideologías y de la historia. Paradójicamente, después de todo, un triunfo ideológico. Es el ajuste de cuentas, en este plano, que el capitalismo y el liberalismo hacen al "socialismo realmente existente" en retirada mundial. Después de que el mismo capitalismo había vivido, en todo el siglo XX frente al fantasma de sus propias limitaciones y debilidades como sistema y con el temor de la posibilidad de un sistema alternativo.
La primera tesis, pues, de Fukuyama tiene que hacer con la afirmación que absolutiza como definitivo, a partir de la consideración de la situación de los regímenes socialistas, el triunfo en la historia del liberalismo como sistema político. Las criticas, por ello mismo han estado orientadas a este respecto, a considerar el carácter arbitrario de tal deducción. Ya no solo desde el punto de vista de la realidad material de los regímenes liberales que en su historia real se hallan lejos de los modelos teóricos remisibles a los ideólogos de la Ilustración, sino porque en realidad nada descarta la posibilidad de emergencia de teorías y prácticas políticas nuevas. Probablemente es aquí donde se ve el franco carácter apologético de las tesis de Fukuyama.
Ello resulta más claro cuando se sigue su razonamiento. La preeminencia del liberalismo en lo político y del capitalismo en lo económico y de la cultura del consumismo en lo cultural, estará segura si se descartan lo que, a juicio del funcionario del departamento de Estado, son las dos principales posibles amenazas de magnitud atendible: la presencia de movimientos religiosos en política y el papel de los nacionalismos. En efecto, para Fukuyama, ambos fenómenos no constituyen tampoco un peligro alternativo que realmente compita con la democracia liberal triunfante. Después de haber descartado el análisis de cualquier régimen pequeño es evidente que busca comunicarnos que regímenes como el de Cuba no tienen para su discurso mayor importancia, como no la tienen tampoco los países del tercer mundo afirma que la religión cristiana y el islamismo no ha constituido mayor alternativa, sobre todo por que la afiliación religiosa no es generalizable y se limita a los países como España y el mundo árabe. Más aún, la religión no es generalizable a la política, pero la política tiene influencias religiosas. Los nacionalismos resultan siendo otro fenómeno que podría ser entendido como de posibilidades alternativas o que, en todo caso, genera conflictos en el seno del propio mundo occidental capitalista. Fukuyama lo descarta por las siguientes razones: el nacionalismo no es un fenómeno único, sino plural. Son demasiado diversas las alternativas y luchas nacionalistas y sus modelos para constituir una opción homogénea a la democracia liberal. Hay que distinguir entre nacionalismos sistemáticos con pretensiones políticas definidas (el nacionalsocialismo fascista, por ejemplo) de lo que podrían ser los nacionalismos tradicionales o espontáneos. Sólo los primeros pueden ser considerados como posible alternativa y en realidad lo fueron, según Fukuyama, a la idea liberal, pero fueron derrotados ideológica y materialmente. Mientras el liberalismo como ideología cuenta además con un programa comprensivo para la reorganización socioeconómica de la sociedad, los nacionalismos tradicionales no, y más bien muchos de ellos se compatibilizan con el capitalismo. En realidad para Fukuyama los nacionalismos son fuente de conflictos sólo en las condiciones en que la democracia liberal es imperfecta, cuando el liberalismo es incompleto como lo demuestra la practica presente. El perfeccionamiento de la práctica liberal debería asumir los movimientos nacionales. ¿Cuál es el resultado del fin de la historia desde el punto de vista de las relaciones internacionales?. Para Fukuyama se trata de una situación que aminora o desaparece los conflictos internacionales. La hegemonía capitalista y el predominio absoluto del liberalismo harán que en la sociedad post-histórica las luchas en gran escala entre estados desaparezcan. Se trata de la "mercadización-común" de las relaciones internacionales. Sin embargo, quizás en términos más concretos y precisos, la consecuencia internacional es la división de la humanidad y los países y naciones en sociedades históricas y post-históricas. Por cierto esta última situación le corresponde a los países de Europa occidental y particularmente al régimen político Norteamericano. La segunda es la de la gran mayoría de países, particularmente los del tercer mundo, limitados a condiciones que no les permiten entrar en la modernidad de la sociedad post-histórica. También podrán existir situaciones en las que las sociedades se estanquen en la historia, como la que se puede presentar en la evolución y desmembración de la URSS, según el autor que comentamos, ante las amenazas del nacionalismo xenófobas y racistas.
La descripción que el propio Fukuyama hace del tiempo post-histórico no puede ser mas patética: una sociedad unipolar, sin conflictos, incluso poco atractiva hasta para el mismo Fukuyama: "El fin de la historia será un tiempo muy triste. La lucha por el reconocimiento, la voluntad de arriesgar la vida de uno por un fin puramente abstracto, la lucha ideológica mundial que pone de manifiesto bravura, coraje, imaginación e idealismo serán reemplazados por cálculos económicos, la eterna solución de problemas técnicos, las preocupaciones acerca del medio ambiente y la satisfacción de demandas refinadas de los consumidores. En el período post-histórico no habrá arte ni filosofía, simplemente la perpetua vigilancia del museo de la historia humana. Puedo imaginarme en mí mismo y ver en otros que me rodean una profunda nostalgia por el tiempo en el cual existía la historia. Tal nostalgia de hecho continuará alimentando la competición y el conflicto incluso en el mundo post-histórico por algún tiempo. Aunque reconozco su inevitabilidad, tengo los sentimientos mas ambivalentes para la civilización que ha sido creada en Europa desde 1945 con ramales en el Atlántico Norte y en Asia. Quizás esta misma perspectiva de siglos de aburrimiento en el fin de la historia servirá para hacer que la historia comience una vez más.
COMENTARIOS.- Es inocultable la naturaleza conservadora del pensamiento de Fukuyama en el sentido de concentrarse en la defensa del sistema establecido. Pero además de ello se trata de una teoría que propicia el estatismo, la inamovilidad de la historia, aunque paradójicamente se reclame como hegeliana pero que no es así. El substrato esencial de lo que sostiene Fukuyama pretende limitar la evolución política y económica de la humanidad a los limites del capitalismo formulado además en términos totalmente de ideales y ficticios, en función del libre mercado, dejando de lado en el análisis la acción imperial y de los monopolios. Igualmente reduce las posibilidades políticas de la humanidad a los marcos, también ideales, de la democracia liberal. A contraparte de lo señalado por Fukuyama, es posible asumir una perspectiva más coherente con los cambios a que se asiste al final del siglo XX, en donde tiene lugar el surgimiento de nuevos actores históricos y la posibilidad de nuevos modelos al capitalismo en crisis y a la bancarrota del “socialismo realmente existente". Coincidimos con la siguiente afirmación, por cierto no de Fukuyama, al respecto. "Junto al ocaso de este universo "campista" el de los "campos" o polos: USA. URSS. está emergiendo con celeridad inusitada un nuevo mundo de personajes inéditos, de "nacionalidades sin historia" hasta ayer ignoradas y discriminadas, de sectores y de clases sociales, viejos y nuevos, que en distintos niveles y escenarios pugnan por el derecho a ser considerados ciudadanos con plenitud de derechos. En este propicio caldo de cultivo se incuban múltiples y originales ideologías en un proceso que aparece ante nuestros ojos como un caos mundial, mezcla original de nuevas y viejas visiones del mundo.
La defensa abstracta e ideal del liberalismo que hace Fukuyama sin diferenciar los modelos de los ideólogos de la Ilustración de la practica concreta de la democracia capitalista no puede ser suficiente para sostener su preeminencia no solamente frente al fracaso del "socialismo realmente existente" (efectivamente por no ser socialismo y sí capitalismo de Estado) sino frente a cualquier concepción posible que se manifieste o se haya manifestado temporalmente en la historia social; o lo que es mas grave, que esté en proceso de incubamiento y ebullición. En términos concretos, pretender la superioridad política de manera definitiva del sistema de sufragio norteamericano por señalar lo más resaltante no resiste el menor análisis. En todo caso, el argumento de Fukuyama que se basa en tachar de marginal a cualquier forma política diferente no resulta suficiente. El eje de la preocupación de Fukuyama es la puesta en marcha del marxismo leninismo como alternativa a la democracia capitalista. Sin embargo su generalización resulta apresurada al desechar, en base a lo sucedido en URSS y Europa del Este, experiencias de otros países, que no por sus particularidades pueden ser descartadas de plano (China, Cuba. etc.). Sobre todo si puede contemplarse la posibilidad, incluso en los marcos relativamente marginales a las mayorías mundiales, de modificaciones de esas experiencias socialistas, adaptándose a los cambios que la coyuntura mundial presiona. La concepción que maneja Fukuyama acerca del papel que el marxismo otorga a la ideología adolece del conocido recurso de deformar la teoría que se critica, en este caso la teoría marxista. Sólo una interpretación totalmente mecánica del materialismo histórico, que no se remite ni a Marx ni a quienes con posterioridad lo han desarrollado, puede sostener que según el marxismo las ideologías cumplen un papel secundario en el desarrollo de la historia. Textos como la carta de Engels por citar el más recurrido contestan de plano sus observaciones. A su turno más bien el propio Fukuyama hace gala de un idealismo en algunos momentos ingenuo o insostenible, de carácter francamente apologético, al sobreestimar el papel de la ideología y de las opciones valorativas y culturales en casos como el del gasto militar en su país o en los países capitalistas centrales en general, dejando de lado el inocultable peso económico y la misma rentabilidad de los sectores dedicados a la producción de armas que dirigen dichas economías. El mismo tipo de idealismo apologético se nota cuando se idealiza el liberalismo y su supuesto igualitarismo, incluso ignorando la existencia dentro de los regímenes que lo asumen de condiciones de pobreza. de explotación y de segregación. Para Fukuyama !la cuestión de clase ha sido resuelta por el capitalismo liberal! y así no tiene mayor problema en sostener que: "Las causas fundamentales de la desigualdad económica no tienen que ver con el substrato legal ni la estructura social de nuestra sociedad. La pobreza negra en USA no es el producto inherente del liberalismo, sino más bien el legado de la esclavitud y el racismo que ha persistido mucho después de la abolición formal de la esclavitud.
Como si la desigualdad y creciente miseria dentro del norte rico y la miseria del sur frente al norte no tuvieran que hacer solamente con las condiciones de producción capitalista a nivel mundial, sino también con las bases políticas y jurídicas que permiten la reproducción de esas mismas relaciones, es decir "el substrato legal" propio precisamente del liberalismo. Finalmente, el mundo relativamente estable que plantea Fukuyama para la situación post-histórica, no escapa tampoco, a pesar de sus propias vacilaciones, al marco idealista y apologético que venimos anotando. Se trata para Fukuyama de un mundo en donde los datos de la miseria, desocupación, apartheid, mortalidad creciente, desequilibrio ecológico, creciente pobreza de continentes enteros, etc., resultan de segundo orden en el camino del fin de la historia, de la preeminencia del liberalismo como sistema y del capitalismo como forma económica. En ese mundo, en el campo post-histórico, sin ideologías, pero sí con la ideología del fin de las ideologías, sólo puede tener sentido lo que Fukuyama reconoce como la "tristeza" del "aburrimiento" o la "eterna vigilancia del museo de la historia". Esto último, puede interpretarse, quizás, como el control, no precisamente liberal, que el centro debe ejercer en la sociedad post-histórica sobre los países y sectores sociales que no hallándose en el vértice del imperio tienen que resignarse a los límites de la historia, es decir a la condición colonial o semicolonial?
La etapa del sistema capitalista iniciada a comienzos de los años setenta del siglo XX, como neoliberalismo, ha sido abordada en miles de escritos por un sin fin de economistas, politólogos y sociólogos de todos los confines del planeta y de todos los credos y tendencias ideológicas y políticas.
Han limitado a la rica cultura y experiencia de su país de origen, sino que han bebido también de otras fuentes, le han dotado de un método de exposición y una expresión didáctica ideales para trasmitir con claridad las ideas y conceptos económicos más complejos sin caer en el facilismo y la vulgarización. Han dotado de un dominio temático excepcional que, con su magistral capacidad de síntesis, ha quedado plasmado en un fantástico libro que faculta para expresarse, con absolutas soltura y libertad de extraordinaria originalidad y riqueza de conocimientos, sobre el tema que aborda el presente libro, lo que lo convierte en un arma fundamental para comprender este mundo. En que vivimos y pasar a transformarlo y dar origen a los socialismos que en el siglo XXI los pueblos darán a luz como proceso civilizatorio de fundación de sociedades postcapitalistas, que, en esencia serán sociedades socialistas, comunistas, libres de los errores cometidos por los pioneros de las luchas en los siglos XIX y XX, pioneros que se lanzaron a la conquista del cielo sin ninguna experiencia acumulada, haciendo camino al
andar, a pecho, cuando aún el capitalismo no había agotado todas sus potencialidades productivas y destructivas como en la etapa que hoy vivimos.

El libro La compleja muerte del neoliberalismo ha sido concebido para ilustrar, y para que pensemos con cabeza propia, los temas más ininteligibles y candentes de nuestro entorno. El Autor expone de modo conciso la historia del liberalismo, su esencia, para que el lector pueda analizar y llegar a conclusiones. Nos hace viajar por la historia del capitalismo de los últimos tres siglos, exponiendo las corrientes de ideas, ideologías de las clases dominantes; recorrido imprescindible para comprender la coyuntura actual.
En la literatura en boga sobre el neoliberalismo se ciñe este término a la economía y a la política económica que el Norte impone a los países del Sur, y, a partir de los años noventa del pasado siglo, a los habitantes del Norte. Nos llama la atención sobre el hecho de que el neoliberalismo es mucho más que esto, nos hace reflexionar que el neoliberalismo es “una filosofía abarcadora de una concepción del mundo, de nuevos valores. El liberalismo con su paradigma subyacente del deber ser, pretende que la realidad sea modelada según su utopía ideal. De ahí que la armonía, el equilibrio general, el automatismo del mercado perfecto, la coincidencia entre el interés particular y el interés colectivo, el comportamiento homogéneo de sujetos económicos racionales en los que se borran diferencias de riqueza, de clase, de raza, respondan a ese ideal construcción del deber ser. A lo anterior hay que agregar la exquisita lógica formal de que hace gala el liberalismo, a tal extremo, que si se aceptan los supuestos que subyacen bajo la lógica y sobre esos supuestos, deja de mover el vapor del pensamiento abstracto y la sucesión lógica de razonamientos, no es difícil caer víctima de la elegancia y el rigor formal. Ella tiene como base de sustentación unos supuestos o premisas irreales y antihistóricos que son los determinantes de las conclusiones de llegada, pero que de ser aceptados y a seguidas entrar en el circuito de excelencia formal, actúan como una “trampa capaz de narcotizar mentes”.

Estos razonamientos cobran en este momento un valor inusitado, porque el imperialismo
mundial no solo intenta dominar el planeta con sus tropas, sus armas de destrucción masiva, el terrorismo de Estado y el terrorismo económico, sino a través del dominio ideológico en todos los campos, hasta en la ideología de la vida cotidiana de cada familia, tanto de los dominantes como de los dominados. Nada más que empezar nos expone la esencia del momento actual que vivimos: “La elegante lógica formal y la excelencia de las técnicas utilizadas explican en parte la vitalidad del liberalismo, pero existe otra fuerte razón que se aplica a la etapa de la globalización neoliberal y consiste en que el neoliberalismo es la teoría y la política que sintetiza los intereses de la fracción dominante del capital transnacional: la oligarquía financiera protagonista de la financierización de la economía mundial, e impulsora y beneficiaria de la gigantesca escalada especulativa ocurrida en las últimas tres décadas en exacta correspondencia en el tiempo con la escalada del neoliberalismo al estrellato. Para esta fracción financiera- especulativa el neoliberalismo es como el oxígeno para respirar. Interesada en los rápidos movimientos especulativos de escala planetaria, le resultan excelentes la desregulación, la apertura total, el libre comercio, el libre movimiento del capital transnacional, las tasas de cambio flotantes, los salarios reales deprimidos, el alto desempleo, la privatización a ultranza y todo el repertorio del Consenso de Washington”. Nos muestra cómo el dominio del mercado financiero global expuesto como el gran logro del sistema que no es otra cosa que la derrota del crecimiento económico, del empleo y de la economía real que lo sustenta, a manos del lucro individual, de la insensibilidad social y la inmediatez del mercado sin regulación. No es mi nuestro propósito reseñar cada capítulo y/o epígrafe del mismo. Pero antes de finalizar estas líneas sí deseo llamar la atención para la comprensión del mundo en que vivimos y de la posibilidad real de subvertirlo y darle a la humanidad una organización social, económica y espiritual postcapitalista. Fukuyama no se limita hacer un estudio del mundo real capitalista, si no que nos arrastra a la destrucción de nuestro planeta Tierra. Si no que nos invita a adentrarnos en las alternativas que los pueblos que los pueblos que conforman el mundo hoy día, y para ello toma como ejemplo las experiencias de integración de la región latinoamericana, tanto las creadas por las oligarquías nacionales y el Imperio, como la más reciente surgida como alternativa popular donde los principios de la ley del valor no rigen, me refiero al ALBA. Donde ponen al desnudo que el terrorismo no se limita a “ataques con bombas, asesinatos, torturas” y todo el repertorio de horrores que exhibe la carnicería terrorista.

También pensamos en esa hipócrita política antiterrorista que pone las cosas exactamente al revés: “terrorismo” a las luchas de resistencia de los pueblos y “lucha contra el terrorismo” a la oleada fascista que desde Washington pretende justificar así las agresiones de los opresores. Por lo general, no establecemos relación entre el terrorismo y la economía, como si esta fuera ámbito técnico, neutral, imposible de que en él algunos ejerzan el terror contra otros. Y no es así, porque el sistema económico mundial dominante, esto es, el capitalismo imperialista, con su traje de lentejuelas de la globalización neoliberal, incorpora también el terrorismo económico como parte orgánica de su modo peculiar de funcionamiento. Esta forma de terrorismo no hace estallar bombas, pero funciona 24 horas al día con implacable constancia y una alta eficiencia terrorista. Tanto que provoca más muertes por hambre, pobreza, desempleo y enfermedades curables que “guerras enteras”. Nos muestra también la verdadera naturaleza del Imperio y del período que vive en la actualidad y se alargará a los próximos años. La destrucción del neoliberalismo, del capitalismo imperial, no está a mano, no es un proceso pasivo intrínseco al sistema, sino que implica que cientos de millones de personas nos involucremos en la lucha por una sociedad postcapitalista; que tomemos el poder de nuestras comunidades de base, de nuestros territorios, de nuestras regiones y naciones; que comencemos, simultáneamente a la existencia del imperio, a crear una nueva sociedad; porque la muerte del capitalismo no vendrá por sí misma, sino que tendremos que derribarlo y enterrarlo, y cuanto antes, mejor, para con ello ahorrarle a la humanidad, a las especies vegetales y animales en peligro de extinción, una desaparición segura.

Sin embargo, se estima que 2/3 del comercio mundial actual no es más que “comercio de intercambio”, es decir, intercambios al interior de las cadenas de empresas transnacionales, que aprovechando la movilidad planetaria del capital, se “compran” y se “venden” a sí mismas en una caricatura de comercio internacional que tiene como objetivo evadir impuestos, transferir ganancias, pero que aparece en las estadísticas oficiales como exportaciones de países del Sur y sirven para ilustrar supuestos éxitos exportadores. El liberalismo y su retoño contemporáneo, el neoliberalismo, han probado ser resistentes en alto grado frente a desarrollos internos del propio capitalismo, que tornaron el escenario en lo contrario de aquel donde el liberalismo nació (paso del capitalismo premonopolista al imperialismo), frente al fracaso estruendoso que para el liberalismo significó la Gran Depresión de los años treinta y frente al desafío del curso real del sistema, el cual opera en sentido bien diferente al del libre comercio ideal de la teoría y el discurso. En el tiempo se refieren al liberalismo resucitado con el nombre de neoliberalismo y su rápido ascenso a partir de los años de Thatcher y Reagan. Habría que señalar el abolengo histórico del liberalismo que no es solo Economía Política o pensamiento económico, sino mucho más que eso; una filosofía abarcadora de una concepción del mundo, de nuevos valores, de ilustración y luces frente a la escolástica y el oscurantismo medieval. Es el pensamiento expresivo de la ideología de la burguesía en ascenso, con la interpretación del mundo modelado a su imagen, el mundo que “debía ser”, según el paradigma ideal construido por ella. Y para remate daré unos datos estadísticos:
Sufren hambre crónica y desnutrición en los Estados Unidos 12 millones de personas y en 2004 el número de pobres se elevó a 36 millones; 1,3 millones más que el año anterior, de los cuales 13,4 millones estaban muy cerca de la mendicidad. De los 36 millones de pobres, 11,7 millones son menores de 18 años, y 3,4 millones son ancianos.

En 2004 el salario mínimo real era casi un 30% menor que en 1970, mientras que a pesar de que los Estados Unidos gastan en salud más del 15% de su PIB (1,7 millones de millones de dólares), un total de 45 millones de personas (el 15,6% de la población) no tiene seguro médico. Es evidente que bajo el esplendor de la especulación financiera y el vértigo de fortunas fáciles en la Bolsa, la sociedad norteamericana muestra profundas fallas sociales que han crecido en los años de “magia del mercado”. En ese país EE.UU. hay dos millones de presos en las cárceles y otros cinco millones bajo libertad condicional. Los Estados Unidos tienen el 5% de la población mundial, pero concentra en sus cárceles el 25% de la población mundial encarcelada.

Terminado la critica con este razonamiento de peso y la colaboración precisa de la estadística y algunos estudios realizados, termino esta extensa critica.

POR UN MUNDO MEJOR, QUE NOS HAGA LIBRE Y POSEEDORES
DE NUESTRA RIQUEZA.

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