miércoles, 20 de agosto de 2014

CRISIS ECONOMICA CAPITALISTA


Advertencia: Quizás algún medio de comunicación sea reacio a publicar este escrito como tantos otros míos que lo han rechazados, de todas formas gracias a todos.

NOTAS:
¿Qué clase de demagogia se ha instalado en nuestro imaginario colectivo? ¿Qué pretende el sector financiero que dejemos el pellejo para que unos pocos vivan a todo lujo? ¿qué es eso de que no hay dinero? y ¿los Paraísos-fiscales que poseen trillones de Euros? ¿por qué los Euro-Diputados se suben el sueldo a su antojo mientras recomiendan que el salario medio de los trabajador@s baje ¿por qué los gobiernos pretenden matarnos de hambre?

¿Cuáles son los problemas principales de este sistema que privilegia a unos pocos y empobrece a la mayoría? Creo que está claro, la historia está ahí al alcance de todos, ¿cuáles son las causas que genera esta distribución de la riqueza? Por ir al grano, que es lo que se está viviendo objetivamente: la producción de los medios de producción en manos de una elite que supone el 0,05% de la población-mundial (mal asunto), la banca-privada donde la elite deposita el dinero para que fluya prestamos e intereses a esta casta minoritaria, más de lo mismo, con todo eso tenemos que incluir la propiedad de los recursos naturales en manos de esa elite que se cree con todo el derecho a tenerla en sus manos y explotarla a su antojo.

Estas tres reglas mal reguladas y apropiadas ilegítimamente es la base del desarrollo humano desde los principios o procesos históricos que se han dado a lo largo de la existencia-humana hasta desembocar en el Capitalismo y su fase superior el Imperialismo, esta parece ser lo última de su recorrido.

¿Qué crisis, que cuento nos quieren meter? Evidentemente hay una crisis económica-social y política, que genera el capitalismo, por su anormal desarrollo y enormes contradicciones, por tanto es una crisis sistémica y con ella viene acompañada de un cambio climático de enormes consecuencias que pone en peligro nuestro planeta con el deterioro de los ecosistemas-mundiales y la anulación de un desarrollo sostenible y su recuperación.

Intentaré hacer un pequeño análisis de la Crisis-Capitalista, bajo la perspectiva marxista: La   base del capitalismo es la producción de plusvalía para valorizar el capital, entendido como valor capaz de producir plusvalía, que, a su vez, es la “materialización del tiempo de trabajo no-pago”, el rendimiento de trabajo ajeno acumulado. El proceso de producción capitalista es, por lo tanto, el proceso de producción de plusvalía. El motor de la producción capitalista es la obtención permanente de plusvalía y el origen de la plusvalía es la explotación de la fuerza de trabajo humana como consecuencia de la división de clases, fruto de la forma de apropiación de los medios de producción; que genera la relación antitética entre propietarios y no-propietarios de los medios de producción; esto es, capitalistas y trabajadores. La relación de negatividad que caracteriza a la sociedad capitalista hace que el trabajador tenga que vender su fuerza de trabajo al capitalista y recibir de él un salario, fruto de un contrato aparentemente libre pero esencialmente opresor: el contrato determina cómo y cuánto tiempo el obrero debe trabajar. El despotismo en la fábrica proviene de una necesidad del capital: la división del trabajo que, por medio de los avances técnicos y de los grados de especialización del trabajo, hace aumentar la productividad acumulando más capital.
En el volumen III de El Capital, Marx habla de la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia definida como la ley fundamental de economía-moderna, es la que determina el límite de la propia acumulación capitalista, la tasa de ganancia son diferente en las diversas esferas de la producción, según la diferente composición orgánica del capital invertidos en ellas. Pero el capital si se retira de una esfera de baja tasa de ganancia a otra esfera en mayores ganancias, estos constantes cambios mediante la distribución entre las diversas esferas origina una relación entre la oferta y la demanda de tal naturaleza que la tasa media se vuelve la misma en las diversas esferas de producción lo cual altera en los precios de producción material. El grado de desarrollo específico de la fuerza social productiva del trabajo es diferente en cada esfera particular de la producción, siendo mayor o menor en la misma proporción en que sea mayor o menor la cantidad de medios de producción o “trabajo muerto” (máquinas, materias primas, etc.) puesta en movimiento por determinada cantidad de trabajo vivo, por determinado número de asalariados con una jornada de trabajo dada. Los capitales de composición orgánica media son aquellos cuya masa de plusvalía producida coincide con la realizada según la cuota de ganancia media, Marx dice que la tasa general de ganancia es la fuerza impulsora de la producción capitalista, y constituye la ley reguladora de la sociedad capitalista. Por la misma razón, para Marx, la ley fundamental de la competencia capitalista no es la ley de la oferta y la demanda entre mercancías (los precios de mercado) sino la ley que rige la competencia entre capitalistas (la tasa de ganancia media), que regula la distribución de la plusvalía entre ellos según la masa de capital con que cada uno participa en el negocio común de explotar trabajo asalariado.
En una situación con tendencia al aumento de la tasa de ganancia, la inversión en capital fijo y variable aumenta, y el desempleo cae ante la consecuente mayor oferta de empleo. El capital está en condiciones económicas de conceder mejoras a los trabajadores. En el punto más alto de la fase expansiva, e inmediatamente después de la crisis, cuando la economía capitalista entra en una fase de crecimiento lento, parte del capital adicional comienza a ser expulsado de la producción porque la tasa de ganancia no compensa su inversión y el desempleo aumenta en la misma proporción en que el crecimiento de la inversión cae. Es el momento en que los capitalistas inician su ofensiva sobre las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados.
En la primera exposición pública de su nueva teoría (el Manifiesto Comunista) Marx concedió a las crisis del capital un lugar central como manifestación concentrada de todo el carácter contradictorio y temporal del modo de producción capitalista: “La sociedad burguesa, con sus relaciones de producción y de cambio, el régimen burgués de propiedad, la sociedad burguesa moderna, que conjuró gigantescos medios de producción y de cambio, se asemeja al brujo que ya no puede controlar los poderes infernales que invocó. Desde hace decenas de años, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las modernas fuerzas productivas contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominio. Basta mencionar las crisis comerciales, que al repetirse periódicamente, amenazan cada vez más la existencia de la sociedad burguesa. Cada crisis destruye regularmente no sólo una gran masa de productos fabricados, sino también una gran parte de las propias fuerzas productivas ya creadas. Una epidemia, que en cualquier época habría parecido una inconcebible, se desata sobre la sociedad: la epidemia de la sobreproducción. La sociedad se ve súbitamente reconducida a un estado de barbarie momentánea (El sistema burgués se volvió demasiado estrecho para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Y de qué manera consigue la burguesía vencer esas crisis? De un lado, por la destrucción violenta de gran cantidad de fuerzas productivas; de otro, por la conquista de nuevos mercados y por la explotación más intensa de los antiguos. ¿A qué lleva eso? A la preparación de crisis más extensas y más destructivas y a la disminución de los medios para evitarlas”.
La cuestión de la sobreproducción ya está ahí indicada como motivo fundamental de la crisis de un régimen que, en El Capital, una década y media más tarde, será definido como el de la producción de valores, o sea, como el de la auto-valorización del capital (que el capitalista representa como “la obtención del beneficio”). La sobreproducción capitalista es, por lo tanto, una sobreproducción de valor. Sin embargo, más de un siglo después, Ernest Mandel va a afirmar que “es bien sabido que los cuatro libros de El Capital que Marx dejó, no contienen un análisis sistemático de ese aspecto clave del modo capitalista de producción: la aparición periódica inevitable de tales crisis. En su plan original, Marx había reservado el tratamiento completo de este problema para un sexto libro”.
Es un hecho que en su Introducción general a la crítica de la economía política de 1857, Marx tenía por objetivo estudiar: “1) Las determinaciones abstractas generales que corresponden en mayor o menor medida a todas las formas de sociedad; 2) Las categorías que constituyen la articulación interna de la sociedad burguesa y sobre las cuales reposan las clases fundamentales. Capital, trabajo asalariado, propiedad territorial. Sus relaciones recíprocas. Ciudad y campo. Las tres grandes clases sociales. Comercio entre ellas. Circulación. Crédito (privado). 3) Síntesis de la sociedad burguesa bajo la forma del Estado, considerado en relación consigo mismo. Las clases ‘improductivas’. Impuestos. Deuda nacional. Crédito público. La población. Las colonias. Emigración. 4) Relaciones internacionales de producción. División internacional del trabajo. Comercio internacional. Exportación e importación. Curso del comercio. 5) El mercado mundial y la crisis”.
Corresponde, por otro lado, dudar de que una “teoría de la crisis” separada de la teoría de la acumulación capitalista fuese necesaria. Como sostiene algunos en especial Ernest Mandel en el capitalismo, el problema de la reproducción en escala ampliada no puede separarse del fenómeno de la crisis. Es evidente que la crisis reciente hizo su aparición como consecuencia de la reproducción ampliada. Cuando tiene lugar la reproducción simple – como ocurrió durante siglos en estamentos económicos pre-capitalistas (tanto en Egipto como en la India, en China como en Europa y en la Edad Media)- quiere decir, cuando el plus-trabajo es absorbido por el consumo personal de la clase de los Señores, la crisis, que es específica del capitalismo, resulta imposible. Cuando se producían desequilibrios en el proceso económico, éstos se originaban en factores extra económicos”. explicó cómo la evolución teórica de Marx lo llevó a abandonar el plan original, lo que dejaría sin fundamento la explicación de algunos marxistas vinculada con la supuesta falta de tiempo de Marx para realizar su proyecto original.
Para salir de esta impasse, es preciso colocar la obra de Marx en su contexto histórico general y específico. El primer momento importante para el descubrimiento de los componentes de las crisis llegó con la Revolución Industrial que, con sus aspectos originales, introdujo una serie de alteraciones en el capitalismo, volviéndolo, de cierta forma, inédito e imprevisto. Los primeros que se ocuparon de ellas fueron los economistas clásicos, cuyo campo de observación fue, específicamente, Inglaterra y Francia. Para la mayoría de los economistas clásicos que dominaron el pensamiento económico durante toda la primera mitad del siglo XIX, las primeras crisis industriales observadas aparecían como accidentes de naturaleza coyuntural en el curso de la acumulación de capital.
En la obra de Adam Smith, por ejemplo, “no está presente el problema de las reservas necesarias para que la producción se amplíe. Smith no enfrenta el problema de cómo la demanda se forma para enfrentar una producción aumentada, consecuencia de una ulterior acumulación de capital. En su concepción, todo el producto bruto anual es igual a la suma de los salarios, ganancias y renta. El ahorro está destinado a transformarse, en el mismo período (un año) en que se forma, en una demanda de bienes de inversión. En suma, no hay substracción de renta a ser usada en el futuro”. En esas condiciones, la sobreproducción no encontraba un lugar teórico específico.
Bajo la perspectiva de la economía política clásica, en la “Ley de Say”, el equilibrio es el estado natural de la economía. Habría un equilibrio natural (o automático) entre producción y demanda; o sea, la producción crearía su propia demanda, de manera que cualquier desequilibrio sólo podría llegar desde fuera del sistema, de la misma forma que, de acuerdo con la mecánica clásica, los cuerpos se encontrarían en equilibrio (primera ley de Newton) hasta que una fuerza exterior los sacase de ese estado. Pero el retorno a la condición anterior sucedería sin interferencia de ninguna fuerza externa. A través del libre juego del mercado, de la competencia en tanto mecanismo regulador de la oferta y de la demanda, naturalmente el sistema tendría capacidad de recuperar su equilibrio. Es preciso notar, sin embargo, que la “Ley de Say” sólo se aplica a un sistema de oferta y demanda perfecto, sin la posibilidad de ahorro individual por parte de los capitalistas.
Entre tanto, los efectos más notables de las innovaciones técnicas fueron la reducción de los costos y el aumento del volumen de la producción, pero no necesariamente el aumento de la tasa de ganancia. Considerando la ganancia como la renta de la clase dominante, los factores que lo propiciaban adquirieron relevancia. Cualquier alteración en los beneficios podría ejercer una gran influencia sobre los acontecimientos. En esa perspectiva, el problema de la tasa de ganancia surgió como el primer elemento teóricamente causante de las crisis modernas.
David Ricardo, representante de los intereses de los industriales en oposición a los propietarios rurales de Inglaterra durante la Revolución Industrial, intentó explicar el problema a partir de factores externos al sistema industrial, a través de la “ley de los rendimientos decrecientes”: el ganancia dependería de la proporción de trabajo social requerido para obtener la subsistencia de los trabajadores (diferencia entre los salarios y el valor del producto) y del costo de la producción de los productos en general. La tasa de ganancia dependería de estas dos cantidades. Cualquier alteración en el ganancia sólo podría tener lugar si se alterara la proporción entre los salarios y el valor del producto bruto.
Como las innovaciones técnicas reducen los costos de producción, cualquier perturbación sólo podría provenir del aumento del costo de los bienes de subsistencia. Para aumentar las ganancias era preciso rebajar los salarios, lo que sólo podría hacerse si los productos de subsistencia también fueran rebajados (principalmente por medio de las importaciones, lo que golpeaba los intereses de los propietarios de tierras). También sostenía que la producción crea por sí misma su propia demanda; esto es, el valor total de los productos debería corresponder con el valor de la renta distribuida; siendo por lo tanto imposible cualquier desequilibrio causado por factores intrínsecos al sistema capitalista. No entendía la tendencia decreciente en la tasa de ganancia como un factor capaz de provocar perturbaciones.
Además de eso, para Ricardo la riqueza consistía sólo en valores de uso, “convirtiendo la producción burguesa en mera producción para el valor de uso. Considera la forma específica de la riqueza burguesa algo puramente formal que no alcanza el contenido del modo de producción. Por eso niega también las contradicciones de la producción burguesa, las cuales se vuelven evidentes en las crisis”.
Malthus criticó a Ricardo y aceptó que las crisis pudiesen ser causadas por factores intrínsecos al capitalismo. De la misma forma, entendía que la producción, creciente con la acumulación, no crearía automáticamente su propia demanda, y analizó el problema desde el punto de vista del principio de la población, de lo cual dedujo que la clase trabajadora sería siempre excesiva en relación con los medios de subsistencia. Malthus sostiene, que la población tiende a crecer más rápidamente que la oferta de alimentos disponible para atender sus necesidades. Toda vez que ocurren ganancias relativas en la producción de alimentos respecto del crecimiento poblacional, se estimula un alto crecimiento proporcional de la población; por otro lado, si la población crece más rápido que la producción de alimentos, este crecimiento acaba por generar hambre, dificultades y guerras.
Sería posible que la producción sobrepasara el consumo causando una reducción de precios y ganancias, generando sobreabundancia y depresión en el comercio si los equipamientos productivos fuesen aumentados a costa del consumo; esto es, los capitalistas instalarían máquinas que aumentarían la producción, con lo cual cortarían puestos de servicio y sacrificarían el consumo. Los salarios de la clase trabajadora no representarían más que una parte del valor que el asalariado produce: no podrían, por lo tanto, adquirir la producción adicional resultante de un proceso de acumulación creciente, pues tendrían capacidad de consumo pero no los medios (poder adquisitivo) para realizarlo.
Los capitalistas, en virtud de la ausencia de consumo, tendrían que vender los productos a los trabajadores a precios que serían apenas suficientes para su propia supervivencia, lo que llevaría a una situación de desproporción entre la oferta y la demanda. La forma de evitar esta desproporción sería estimular el supe consumo de los segmentos localizados fuera del proceso productivo industrial, como los propietarios de tierra, mediante la distribución, por diversos medios (renta de la tierra, por ejemplo), de la riqueza de los capitalistas. Con esos argumentos, tanto Malthus como otros introdujeron el problema del sub-consumo, atribuyendo el énfasis a la limitación de la demanda efectiva causada por la rigidez de la masa-salarial resultante de la explotación económica de los asalariados.
El segundo momento crucial para las teorías sobre las crisis se estableció con el trabajo de Marx, que tuvo en cuenta el hecho de que los economistas clásicos pusieron en evidencia una cuestión fundamental: el carácter aleatorio del equilibrio de un sistema económico dinámico en crecimiento, dotado de un modo de distribución de renta que no coordina ni con el crecimiento de la producción ni con su composición. Marx fue testigo directo de la crisis de 1846/1848: predominantemente agraria, su epicentro se localizó en las dificultades que la agricultura europea sufría a partir de 1844, comenzando con la cosecha de papas en Irlanda e Inglaterra arruinada por las plagas, a lo que siguieron dos años de pésimas cosechas de cereales, con el consiguiente aumento de los precios de los bienes de subsistencia y, finalmente, con la caída brutal de los precios de los tejidos. Los precios de los bienes alimenticios se elevaron, lo que hizo que las clases populares destinasen una parte cada vez mayor de sus ingresos a la alimentación, lo que causó convulsiones sociales por toda Europa.
Ya el Manifiesto Comunista presenta una comprensión madura de las crisis: Marx sacó el foco de la interpretación de los economistas clásicos de la esfera del consumo (la economía política clásica entendía la producción como creación de valores de uso) para llevarlo a la esfera de las condiciones de inversión y producción (creación de valores). En el Tomo III de El Capital dirá que “el volumen de las masas de mercancías creadas por la producción capitalista es establecido por la escala de esa producción y por el imperativo de su expansión continua, y no por una órbita predeterminada de la oferta y de la demanda, de las necesidades a satisfacer”. Con eso, Marx rompió con la noción de equilibrio económico estático resultante de la “Ley de Say” que hacía imposible las crisis de carácter endógeno y principalmente las de sobreproducción, para él la forma natural de las crisis capitalistas. No sólo eso: Marx también estableció la vinculación de la crisis económica con la revolución política o, en palabras de Engels (en su introducción a la reedición de 1895 de La lucha de clases en Francia, escrito por Marx en 1850): “De ese modo, él (Marx) extrajo, con toda claridad, de los propios hechos, lo que hasta entonces no hiciera sino deducir, semi-apriorísticamente de materiales insuficientes; esto es, que la crisis del comercio mundial, ocurrida en 1847, fue la verdadera madre de las revoluciones de febrero y de marzo (de 1848)”.
La comprensión de Marx se asoció precozmente con un nuevo tipo de crisis que surgía en el horizonte histórico. En el período pre-capitalista, catástrofes naturales como heladas, inundaciones, sequías, plagas y epidemias, o la participación de los pueblos en guerras, provocaban caídas en la producción, creando escasez y privaciones generalizadas. Eran las llamadas “crisis de sub-producción”. La amplitud de los efectos de esas crisis, con todo, dependía del modo en que estaban estructuradas las relaciones sociales, y resultaban tanto más graves cuanto más desigual era la distribución de la producción social.
Ejemplos clásicos de crisis históricamente conocidas en sociedades mercantiles simples, en las cuales la producción de mercancías destinadas fundamentalmente al cambio no dominaba el conjunto de la vida social, son las crisis del Antiguo Régimen. Las crisis que asolaron a los países europeos en los siglos XVII y XVIII eran más localizadas, en general directamente relacionadas con el sector agrícola, y desde allí se irradiaban a otros planos de la estructura socio-económica. La Revolución Francesa, como demostró Ernest Labrouse,11 estuvo vinculada con una gran crisis que en 1789 asoló ese país, desencadenada por las malas cosechas, que desató carestía alimentaria, hambre, desempleo en las manufacturas, caída en la renta feudal y extorsión fiscal. Entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX, los países manufactureros europeos, en los que dominaba la producción textil -Francia e Inglaterra especialmente- vieron surgir otro tipo de crisis: las denominadas “crisis mixtas”. Se distinguían de las primeras por no estar enteramente determinadas por la coyuntura agrícola, aunque el “mercado de los cereales” todavía ejercía fuerte influencia sobre los rumbos y ritmos de la actividad económica como un todo, y de la industria liviana de modo particular.
El pesimismo marcaba el pensamiento de los economistas clásicos. Para Ricardo, quien publicó los Principios de economía política y tributación en 1817, la productividad decreciente del cultivo de la tierra, asociada con el crecimiento de la población, elevaba de una sola vez los costos y los precios de los alimentos, con la correspondiente elevación de los salarios en términos monetarios y dificultando o impidiendo la liquidez de capital. En otras palabras, la tendencia a la desnivelación entre rendimientos del trabajo industrial y agrícola causaría la elevación de los salarios y la disminución de las ganancias. La renta de la tierra sería favorecida y, consecuentemente, resultarían beneficiados los propietarios de tierra en detrimento de la acumulación de capital.
Malthus, como ya se dijo, exacerbó la carga pesimista de los clásicos al mostrar que la población crecía, según él, en una progresión geométrica y los medios de subsistencia en una progresión aritmética. Considerado por muchos como “heterodoxo”, para él no había equilibrio automático y la “ley del mercado” de Say era un mito. Para Marx, los estudiosos ingleses demostraban profunda intuición en relación con el desarrollo de la producción capitalista, al advertir en la caída de la ganancia un gravísimo obstáculo a la acumulación. Sin embargo, la comprensión de la realidad social esbozada por ellos estaba limitada no sólo por las condiciones históricas; sino también lo estaba por el hecho de que sus principales representantes se declaraban favorables a la expansión de la economía burguesa.
La producción social poseía todavía un carácter marcadamente agrario, y era igualmente de gran importancia económica el comercio ultramarino. El capitalismo no había desenvuelto su forma económica plena, caracterizada por la producción industrial en gran escala y por la lucha de clases cada vez más acentuada entre capitalistas y trabajadores. Así, a pesar de dedicar atención al antagonismo de los intereses de clase, como lo hizo conscientemente Ricardo, veían en el conflicto de intereses entre capitalistas y propietarios de tierra la contradicción central de la economía capitalista. Además, los antagonismos de intereses de clase como también la división del trabajo, las clases sociales, el mercado y la acumulación eran vistos como una ley natural de la sociedad, no sujeta a determinaciones históricas.
Del mismo modo que la expansión del capitalismo y la agudización del conflicto entre el capital y el trabajo dieron origen a los apologistas de la economía burguesa, también hicieron surgir a los críticos o reformadores del sistema y a sus opositores radicales. Ya en las primeras décadas del siglo XIX, cuando persistían las crisis de sobreproducción para las cuales la teoría clásica no tenía respuestas satisfactorias, Sismondi fue uno de los primeros economistas en observar un nuevo tipo de crisis- industrial, fenómeno ligado a la naturaleza del sistema económico capitalista.
Ese autor, en los Nuevos Principios de Economía Política, de 1819, se alejaba de los clásicos, que la veían como un fenómeno coyuntural, y criticaba abiertamente el laissez-faire y la “ley de Say”, según la cual la producción creaba su propio consumo. La anarquía de la producción y la búsqueda desenfrenada de valores de cambio, sin tener en cuenta las necesidades sociales, provocaba las crisis de sobreproducción. En otras palabras, el poder de consumo no crecía necesariamente de acuerdo con el aumento de la producción. El consumo dependía del modo de distribución de la renta entre las clases sociales. El sub-consumo era, en verdad, causa de las crisis modernas del capitalismo. El problema del “excedente” de producción no fue esclarecido por esos autores. Hicieron, mientras tanto, una gran contribución a los estudios de las crisis modernas al señalar el carácter aleatorio del equilibrio en una economía dinámica y en crecimiento, en la cual el reparto de la renta no era coordinado con el crecimiento de la producción ni con su composición.
A partir de las décadas de 1830/1840, el temor de la economía política clásica se mostró, aparentemente, infundado. En ese período, la industrialización entró en una nueva fase, dominada por los ferrocarriles, el carbón, el hierro y la producción de acero. El ritmo de la acumulación de capital no disminuyó; al contrario, aumentó. En los países desarrollados, el capital extendió su dominio sobre toda la sociedad y la burguesía conquistó el poder político en las dos grandes potencias industriales de la época: Inglaterra y Francia. El conflicto de clases entre capitalistas y trabajadores asumió un carácter cada vez más agudo y amenazador, cuyos reflejos se hicieron notar también en la esfera del pensamiento económico.
La economía burguesa se distanció más y más del mínimo de imparcialidad y objetividad que se esperaba de estudios científicos, para transformarse, según la aguda crítica de Marx, en una ideología de la clase dominante. Los apologistas del sistema partían de la convicción de que el capitalismo era la única economía posible, las categorías económicas válidas para esta economía eran extensivas a todas las demás formas pretéritas de sociedad humana.
La teoría del valor-trabajo, desarrollada por los clásicos y que había servido como arma de la burguesía contra los antiguos privilegios de la nobleza y del clero, fue prontamente abandonada. Fueron surgiendo una serie de teorías, destacándose la de los costos de producción y la de la utilidad marginal. La ley del valor-trabajo no poseía ningún interés práctico para la burguesía victoriosa. Su atención se volcaba enteramente al mercado. La producción no les preocupaba como objeto de conocimiento teórico y sí los precios establecidos por la libre competencia, por el juego entre la oferta y la demanda; en fin, por el “mercado”. El problema de las crisis no se planteaba y cualquier oscilación en la economía era atribuida a un desequilibrio pasajero del mercado, provocado casi siempre por factores externos o subjetivos.
De cierta forma, la crisis de 1848, la primera en influenciar los trabajos de Marx y Engels, fue la última y tal vez la peor catástrofe económica del Antiguo Régimen. En ella se encontraban presentes, simultáneamente, elementos del moderno capitalismo, causando la onda revolucionaria que alcanzó al continente en 1848, y terminó poco después. La siguiente crisis ocurrió en 1857 y estuvo ligada al incremento de la cantidad de oro en circulación en el mercado mundial, elevada en cerca de un tercio entre 1848 y 1856 debido al descubrimiento de yacimientos de este mineral en California (Estados Unidos) y Australia. Las tasas de interés sufrieron una fuerte caída, condicionando el movimiento internacional de capitales y mercancías.
Esa crisis comenzó en Estados Unidos, que había recibido gran cantidad de población inmigrante y gran cantidad de capitales, utilizados en especulación de tierras y ferrocarriles. Inicialmente la crisis fue financiera y estalló en Viena, con la quiebra de la bolsa de valores, seguida de quiebras de bancos de financiamiento austríacos, alemanes y norteamericanos. En Estados Unidos, la depresión estuvo ligada a la crisis de la especulación ferroviaria. La simultaneidad en la aparición de dificultades, tanto de un lado como del otro del Canal de la Mancha y del Atlántico, ilustra la integración de las economías industriales en materia comercial y más todavía en materia de movimientos de capitales.
Durante este período el sistema capitalista registró un notable aumento de su capacidad de producción, resultante de las nuevas tecnologías desarrolladas a partir de nuevas fuentes de energía como el petróleo y la electricidad. Según Hobsbawm, “la producción mundial, lejos de estancarse, continuó aumentando acentuadamente entre 1870 y 1890, la producción de hierro de los cinco principales países productores más que se duplicó (de 11 a 23 millones de toneladas); la producción de acero se multiplicó por veinte (de 500 mil a once millones de toneladas). El crecimiento del comercio internacional continuó siendo impresionante, aunque a tasas reconocidamente menos vertiginosas que antes”. La crisis abrió espacio para la creciente monopolización de las economías nacionales y permitió la intensificación de la expansión imperialista, agudizando la tensión entre las grandes potencias capitalistas.
La teoría del laissez-faire triunfó mientras perduraron las condiciones históricas favorables a la adopción de una política y economía liberales. En la Gran Bretaña de mediados del siglo XIX, más que en cualquier otro país del mundo, esas condiciones se hicieron presentes hasta que la alcanzó la “Gran Depresión” de los años 1873/1896, como había alcanzado a todos los demás países o colonias integrantes de la economía capitalista mundial. La expansión geográfica del capitalismo y la explotación de los mercados externos, que dio comienzo al moderno imperialismo capitalista, fue la solución encontrada por Europa para salir de la crisis.
El economista liberal “fabiano” John Hobson, entonces, aplicó la teoría de Sismondi a la naciente cuestión del imperialismo. La demanda de bienes de consumo caía en función de la distribución desigual y de la acumulación creciente de capital. Parte de la ganancia acumulada no podía ser reinvertida, quedaba improductiva y hacía caer la tasa de expansión del capital. Para hacer frente a la sobreproducción derivada del consumo insuficiente, resultaba necesaria la conquista de mercados externos, lo que explicaba la expansión imperialista. Hobson era también favorable a la intervención estatal, sobre todo en lo concerniente a la adopción de medidas que buscaran estimular el consumo.
La insistencia en el subconsumo, tesis que será retomada más adelante por algunos economistas marxistas, llevó a que vulgarmente se considerase la existencia de dos teorías de la crisis: “La primera de ellas pone énfasis en la limitación de la demanda efectiva (rigidez de la masa salarial resultante de la explotación económica de los asalariados). La segunda encuentra la mayor causa de la crisis en la existencia de una propensión a la sobreproducción, propensión que refleja la lucha entre productores que se oponen a la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, procurando ganar en las cantidades vendidas lo que pierden por unidad: de donde se deriva la hipertrofia del aparato de producción y también la superabundancia de mercancías.”17
Marx, en verdad, ya había resuelto este problema aparente. Para él, “es mera tautología decir que las crisis son la consecuencia de la carencia de consumo solvente o de consumidores capaces de pagar. El sistema capitalista no conoce otra especie de consumo además del solvente, exceptuándose los casos del indigente y del ladrón. Que las mercancías se vuelvan invendibles significa sólo que no encontraron compradores capaces de pagar; esto es, consumidores. Pero, si para dar a esa tautología una aparente justificación más profunda, se dice que la clase trabajadora recibe una parte demasiado pequeña del propio producto y que el mal sería remediado si recibiese una parte mayor con el aumento de salarios bastará entonces observar que las crisis son siempre preparadas justamente en un período en que los salarios generalmente suben y la clase trabajadora tiene de manera efectiva una participación mayor en la fracción del producto anual destinado al consumo. Ese período, desde el punto de vista de estos caballeros del ‘mero’ sentido común debería, al contrario, alejar las crisis. La producción capitalista se manifiesta por lo tanto, independientemente de la buena o mala voluntad de los hombres, implicando condiciones que permiten aquella relativa prosperidad de la clase trabajadora apenas momentáneamente y como señal que preanuncia una crisis”.
El período en el cual se produce el debate marxista sobre las crisis económicas es precedido por una crisis de dimensiones inéditas, marcando un punto de viraje en la historia del capitalismo, cuyas consecuencias serán la emergencia del imperialismo capitalista, el redimensionamiento del mapa industrial y económico del mundo, la consecuente redistribución del poder político y militar y la redefinición del sistema monetario internacional en el cuadro del surgimiento del capital financiero como figura dominante del capital en general.
El sistema económico mundial testimonia, en ese período, la marcha acelerada hacia una etapa de tensiones sin precedentes: “La ventaja comparativa en la construcción de industrias nuevas (acero, química, energía y máquinas eléctricas) pasó de Inglaterra a Estados Unidos y Alemania, que podrán disfrutar de una economía externa, ya utilizada por Inglaterra en el siglo XIX: una enorme ampliación del mercado interno. Los elementos decisivos fueron la unificación alemana y el gran crecimiento de su población y la emigración en masa a los Estados Unidos (…) Inglaterra no consigue, en 1890/1914, responder al desafío de la segunda revolución industrial: su industria continúa ligada a los productos viejos, no a los nuevos. En el mismo período, el sistema financiero se desarrolla de modo semejante al industrial y comercial. Inglaterra pierde importancia en relación con el período 1870/90, en que Londres dominaba absolutamente los mercados financieros: debido a su derrota (militar), París había desaparecido y Berlín aún no era candidata a centro financiero internacional. Nueva York, capital financiera de los países deudores, estaba todavía poco desarrollada en ese sentido. Contrariamente, en los veinte años siguientes, grandes instituciones se desarrollaron en los principales países europeos y en los Estados Unidos. El patrón oro se extiende a las naciones ‘civilizadas’… En esos años, asistimos a la transformación de un sistema monetario internacional basado en la certeza de la paz, en otro que expresa la espera de la explosión de una guerra de dimensiones mundiales”.
El propio debate sobre las crisis comenzó a reflejar la espera y el temor en referencia a ese conflicto y, en verdad, muchas de las posiciones expresadas reflejan la radicalidad de las opciones mundiales formuladas por la propia historia. Los marxistas de la “segunda generación”, “influidos por la aceleración de todo un ritmo histórico a partir del cambio de siglo, estaban encaminados en dos direcciones: en primer lugar, las evidentes transformaciones del modo de producción capitalista, que habían generado la monopolización y el imperialismo, y exigían continuo análisis y explicación económicas. Además de eso, el trabajo de Marx comenzaba, por primera vez, a ser objeto de crítica profesional”.
Volvemos, por lo tanto, a Marx y a su elaboración del estatuto teórico de la crisis. En La lucha de clases en Francia, 1848-1850, la revolución de 1848 en París es explicada por el precario equilibrio de fuerzas del que dependía la monarquía de julio (Luis Felipe): una parte de la burguesía (especuladores de la Bolsa, particularmente) llevaba al Estado a sucesivos déficit presupuestarios que aumentaban la deuda interna mediante altas tasas de interés en el mercado financiero. Eso perjudicaba tanto a los obreros y campesinos (víctimas de pesadas exacciones fiscales) como a la burguesía industrial que invertía productivamente. Francia cayó en recesión en 1847, agravada por las malas cosechas de 1845 y 1846. En París, una crisis industrial y el reflujo del comercio exterior lanzaron a la masa de fabricantes y comerciantes al mercado interno con gran voracidad: la competencia repentina los arruinó y este sector de la burguesía parisina ingresó en las agitaciones revolucionarias de febrero de 1848.
Como se ve, Marx ya reconoce la crisis cíclica como una manifestación de las contradicciones inherentes a la estructura económica, al modo de producción, y vincula las crisis sociales con las políticas. Esto no significa reducir la acción política al mero epifenómeno de las condiciones de producción; al contrario, ya que la reproducción económica es inseparable de la reproducción de las relaciones sociales. Pero el análisis profundo de todo esto sólo se hace en El Capital. De esa forma, el propio carácter capitalista de la producción engendra crisis. Ellas ya están potenciadas antes de la existencia de la formación social capitalista.
En la crisis, una parte de las fuerzas productivas es destruida y, de forma violenta, se recompone la unidad perdida entre la producción material (proceso de trabajo) y su carácter capitalista (proceso de valorización). La definición más general de la crisis en la sociedad capitalista (como forma desarrollada y cualitativamente diferenciada de la sociedad mercantil) es que consiste en la recomposición violenta de la unidad entre proceso de trabajo y proceso de valorización, o entre la producción y la circulación (de la plusvalía), separadas contradictoriamente y reunificadas por la propia ley de movimiento económico del capital.
En su forma más desarrollada, “las crisis del mercado mundial deben ser concebidas como la condensación real y la violenta nivelación de todas las contradicciones de la economía burguesa. Los aspectos distintos que se condensan en estas crisis deberán, por lo tanto, manifestarse y desarrollarse en todas las esferas de la economía burguesa y, cuanto más nos internemos en ella, más tendremos que investigar, por un lado, nuevos aspectos de esta contradicción y, por otro, manifestar sus formas más abstractas como formas que reaparecen y están contenidas en otras más concretas”.
Para Marx, las diversas modalidades de la crisis responden a un patrón común: “Donde el proceso de reproducción se estanca y el proceso de trabajo se restringe o, en parte, se detiene, se destruye un capital efectivo. La maquinaria que no se utiliza no es capital. El trabajo que no se explota equivale a una producción perdida. Las materias-primas que permanecen inútiles no son capital. Los valores de uso (así como la maquinaria recién construida) que no son empleados o que quedan por terminar, las mercancías que se pudren en los almacenes: todo eso es destrucción de capital. Todo eso se traduce en un estancamiento del proceso de reproducción y en el hecho de que los medios de producción no entran en juego con este carácter. Tanto su valor de uso como su valor de cambio se pierden, por lo tanto. En segundo lugar, existe destrucción de capital en las crisis, por la depreciación de masas de valor, que les impide volver a renovarse más tarde, en la misma escala, en su proceso de reproducción como capital. Es la caída ruinosa de los precios de las mercancías. No se destruyen valores de uso. Lo que pierden algunos, lo ganan otros. Pero, consideradas como masas de valor que actúan como capitales, se ven imposibilitadas de renovarse en las mismas manos como capital. Los antiguos capitalistas se arruinan”.

Para Marx las crisis eran la regla y no la excepción dentro del capitalismo, no un accidente sino su elemento determinante. Es a partir de la definición más general de la producción capitalista como producción de valor, que Marx determina el carácter orgánico de las crisis en la misma: “De un lado, desarrollo irrestricto de la productividad y aumento de la riqueza que, al mismo tiempo, consiste en mercancías y tiene que convertirse en dinero; del otro, la base económica restringe la masa de productores a los medios de subsistencia. Por eso, las crisis, en vez de accidentes, como pensaba Ricardo, son erupciones esenciales, en gran escala y en períodos determinados, de las contradicciones inmanentes”.
En el primer libro de El Capital (capítulo XXI) Marx demuestra el carácter social de la reproducción: “El proceso de producción capitalista reproduce, mediante su propio procedimiento, la separación entre fuerza de trabajo y condiciones de trabajo. Reproduce y perpetúa, con eso, las condiciones de explotación del trabajador”. Y, en el capítulo XX del segundo libro, igualmente destinado a la investigación de la reproducción simple, Marx dice en cuanto a la composición del producto social: “Abarca, al mismo tiempo, la reproducción (esto es, mantenimiento) de la clase capitalista y de la clase trabajadora y, por lo tanto, también la reproducción del carácter capitalista del proceso de producción global”.
La reproducción de los factores inmediatos de la producción (medios de producción y fuerza de trabajo) y la reproducción de las relaciones sociales de producción capitalistas (separación entre productor y medios de producción, apropiación privada del producto social, etc.) son dos caras de la misma moneda. La reproducción abarca y es determinada por la materialidad de los elementos del capital productivo, pero es inseparable de la reproducción de las relaciones jurídicas, de los valores culturales, de la ideología, etc. La reproducción de la fuerza de trabajo, por lo tanto, incluye la reconstitución perenne de los motores expresivos de su sumisión al capital, tales como: la ideología de la sumisión, jerarquía, dirección, comando, disciplina, etc. La reproducción del capital individual puede ser entendida exclusivamente en términos de valor y por esta razón las crisis sólo aparecen potencializadas en el proceso de circulación en virtud de factores apenas indirectamente vinculados con la producción. Cuando se considera la reproducción del capital social, en la cual se explicita la multi-diversificada división social del trabajo en el capitalismo, la reproducción debe ser vista no sólo a partir del ciclo del capital monetario),si no también en el ciclo del capital-mercancía (M’ – M’), donde M’ ya aparece preñada de plusvalía y presupone la valorización del capital. Esto implica demostrar cómo se equilibran los diversos capitales individuales y los dos departamentos de la producción social, a saber: el departamento que produce bienes de capital, y el departamento II que produce bienes de consumo.
Antes de Marx, nadie consiguió deducir los límites de la producción capitalista como algo que le fuese inmanente y denunciase su historicidad y transitoriedad: la auto-expansión del capital posee contradicciones insuperables. En palabras de Marx, en el libro III de El Capital: “El verdadero límite de la producción capitalista es el propio capital, esto significa que el capital y el aumento de su valor surgen como el punto de partida y de llegada, la causa y la finalidad de la producción. La producción no pasa de una producción para el capital y no al contrario; los medios de producción no son sólo medios para alargar constantemente el proceso vital de la sociedad de los productores, los límites fuera de los cuales no se puede realizar la conservación y el aumento del capital -valor- asentado en la expropiación y en el empobrecimiento de vastas masas de productores entra constantemente en conflicto con los métodos de producción a los cuales el capital recurre para alcanzar sus fines, métodos que continúan el alargamiento ilimitado de la producción que, de cierto modo, reducen esta última a ser su propia finalidad y que también tienden al desarrollo absoluto de la productividad social del trabajo. El medio desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas- entra en conflicto permanente con la finalidad – crecimiento del valor del capital existente”.
De los esquemas de reproducción, sólo podemos deducir crisis cíclicas que periódicamente perturban la acumulación de capital, aunque tengan una influencia en la crisis estructural, de efectos lentos y graduales. La crisis estructural del capital, la que se refiere al colapso del sistema, surge en el análisis teórico cuando se observan las potencialidades de los resultados del progreso técnico y su influencia sobre la caída tendencial de la tasa de ganancia. La incomprensión de esta ley está generalmente vinculada con su discusión sobre la base de las categorías vulgares de “precio” y “ganancia” que es, según Marx, “una forma transmutada derivada de la plusvalía, una forma burguesa, en la cual se apagaron las marcas de su origen”. Bajo esas formas, la ley del valor continúa imperando pero desaparece de la superficie de los acontecimientos, donde la plusvalía y el valor quedan ocultos por la ganancia y por los precios.
En el funcionamiento del capitalismo desempeña un papel central la llamada “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”. Esta ley – la más importante de la economía política, según Marx. era de hecho compartida por todas las escuelas del pensamiento económico, desde Adam Smith hasta Paul Samuelson, pero su explicación y su papel en el sistema teórico de cada autor son muy diferentes. En Marx, la insistencia en esta ley tenía por objeto descartar otras explicaciones alternativas de la crisis, muy populares en su época: la crisis de sub-consumo, criticada en el socialista Sismondi, o en el conservador Malthus. Para Marx, el sub-consumo es característico de toda sociedad de clases, no específico de la sociedad capitalista. La explicación de la crisis como un exceso (relativo) de oferta, o como insuficiencia (relativa) de demanda, sólo puede ser reivindicada por aquellos que reducen todo a la oferta y la demanda, pero no por los que pretenden demostrar que la oferta y la demanda no explican nada en sí mismas; tienen que ser explicadas por algo distinto, la acumulación del capital.
Para el capitalista, el cálculo de precios es el único que le parece válido y deja los otros para los que quieran perder tiempo con lo que él considera especulaciones teóricas, tal como las nociones de “fuente de valor”, “origen de la plusvalía”, etc. El y los “economistas” sólo están preocupados por la ganancia. Pero el hecho de no saber dónde se origina esta ganancia le reserva las mayores sorpresas. Para el capitalista existe una manera muy simple de burlar la tasa media de ganancia y obtener un beneficio superior (lo que es forzado a hacer antes que otro lo haga en su lugar y lo saque del mercado): reducir los costos de producción y continuar vendiendo conforme a los precios determinados por la tasa media de ganancia. Para eso, deberá aumentar la productividad del trabajo, con lo que reducirá el costo de cada mercancía producida. Pero, para conseguir eso es necesario invertir en nuevas máquinas, más perfeccionadas, etc. y con esto no hará más que aumentar la proporción del capital constante en relación con el capital variable.
Los otros capitalistas, alarmados por la audacia de su adversario, harán lo mismo, eso si no se retiran, vencidos, del mercado. El resultado final del movimiento será que en el conjunto de una rama de producción, o en el conjunto de la economía, se habrá alterado la relación entre capital variable y capital constante a favor de este último. Sabemos que la plusvalía proviene del trabajo vivo, equivalente a la parte variable del capital (salarios) y eso no deja de tener consecuencias para el dios del capitalismo, la tasa media de ganancia.
Como el aumento del capital constante – el aumento de la productividad del trabajo- es el único medio que cada capitalista dispone para aumentar sus ganancias y vencer en la competencia con otros capitalistas (antes de ser vencido por éstos) todo esto significa que el interés de cada capitalista se encuentra en contradicción con el interés del capitalismo en su conjunto, ya que el aumento de la ganancia individual provoca una caída del beneficio del conjunto del capital. Al incrementar la productividad del trabajo, el capitalista se beneficia con un aumento de la plusvalía relativa. Pero, para eso, debe aumentar el capital constante en relación con el variable y en virtud de la ley que acabamos de ver: “la tasa de ganancia… está en proporción inversa al aumento de la plusvalía relativa o del sobre-trabajo relativo, al desarrollo de las fuerzas productivas y, al mismo tiempo, a la magnitud del capital empleado en la producción como capital constante (…) cuanto más crece la plusvalía relativa – la fuerza creadora del valor, propia del capital- tanto más caerá la tasa de ganancia”, dice Marx en la “Contribución a la crítica de la economía política”.
El dios del capital tiende a la autodestrucción: la ganancia tiende a cero, el capital tiende a abolirse a sí mismo. La ley que así lo prueba “es, desde el ponto de vista histórico, la ley más importante (de la economía). De esa forma, se vuelve evidente que la fuerza productiva material ya disponible y elaborada, existente bajo la forma de capital fijo, tal como la ciencia, la población, etc., en suma, las condiciones para la reproducción de la riqueza, o sea, el rico desenvolvimiento del individuo social; que el progreso de las fuerzas productivas, motivado por el capital en su desarrollo histórico, una vez que llega a determinado punto, anula la auto-valorización del capital en lugar de impulsarla”.
La ley que acabamos de analizar, así como las demás leyes del capitalismo, no se cumplen de modo absoluto, sino “tendencialmente” como todas las leyes económicas: “en la teoría se presupone que las leyes del modo capitalista de producción se desenvuelven de manera pura. En la realidad, siempre hay sólo una aproximación; pero esa aproximación es tanto mayor cuanto más desarrollado sea el modo capitalista de producción y cuanto más haya eliminado su contaminación y amalgama con restos de situaciones económicas anteriores” (El Capital, vol. III). Por este y por otros motivos, Marx enumera una serie de causas que contrabalancean la ley principal: 1. Aumento del grado de explotación del trabajo. Aumentó el capital constante; sin embargo, la plusvalía aumentó en una proporción tal que compensó el aumento de capital constante y, más aún, la tasa de ganancia creció. Sabemos, sin embargo, que el aumento de la plusvalía tiene un límite (el de la propia jornada de trabajo, una parte de la cual será consagrada a la reproducción del obrero) y, además, “puesto que las mismas causas que elevan la tasa de plusvalía (el grado de explotación del trabajo) tienden a reducir la fuerza de trabajo empleada por un capital dado, así tienden esas mismas causas a disminuir la tasa de ganancia”.
2. Reducción del salario por debajo de su valor: ocurre de la misma forma que la anterior, también con límites precisos: los obreros no pueden morir de hambre y se organizan para que el capital no los condene a tal suerte.
3. Abaratamiento de los elementos del capital constante: aunque este aumente en volumen, puede ser que su valor se mantenga constante y también su proporción en relación con el capital variable (por ejemplo, cuando una rama productiva de un país metropolitano comienza a importar materias primas más baratas de un país atrasado y colonial).
4. Sobrepoblación relativa: permite abrir nuevas ramas productivas con menor composición orgánica de capital, o sea, con mayor proporción de capital variable que constante, lo que eleva la tasa de ganancia media en todas las ramas.
5. Comercio exterior: el comercio entre países industriales, sobre todo entre éstos y las colonias y semi-colonias, tiende a abaratar tanto el capital constante (por ejemplo, las materias primas) como el capital variable (los alimentos de los obreros). En esa medida, baja el valor del capital constante y aumenta la tasa de plusvalía.
El conjunto de las causas enumeradas tiene límites precisos y opera como una barrera a la expansión del capital. En la medida en que es superada, la ley tiende a actuar más vigorosamente, pero, en tanto lo haga así, mejor actúa como una tendencia que no tiene otro límite más allá de la propia abolición del capital, con lo que finalmente se acaba imponiendo. Los problemas encontrados por la discusión de la ley se remontan al propio Marx. Uno de los problemas que emanan de sus esquemas de reproducción (la desproporción entre los dos departamentos) puede ser descripto así: si los capitalistas del departamento I deciden disminuir el propio consumo improductivo de su plusvalía con el objetivo de incrementar la parte destinada a la acumulación, decrecerá su demanda por bienes de consumo producidos en el departamento II, el cual tendrá que disminuir su producción haciendo, simultáneamente, reducir su demanda por los medios de producción generados en el departamento I: una crisis paraliza la acumulación. Una de las salidas provisorias imaginadas por Marx fue el cambio directo de bienes de consumo por oro, mientras otros pensaron en la conquista de mercados externos, lo que permitiría realizar la plusvalía acumulada pero no resolvería el problema de los bienes de consumo invendibles.
Otro elemento contradictorio en el proceso de acumulación es el aumento de la composición orgánica, directamente vinculado con el fenómeno antes descripto. Ciertamente, la acumulación no puede proseguir con una expansión indefinida del nivel relativo de empleo; si el ejército industrial de reserva se contrae. Pero, si esto fuera compensado por el aumento de la productividad, sin reducción de la jornada de trabajo o del número de trabajadores, el valor creado por la fuerza de trabajo permanece constante y la tasa de ganancia puede subir. comercio exterior, la depresión de los salarios reales. porque cae el tiempo de trabajo necesario o, de otro modo, cae el precio de la fuerza de trabajo por debajo de su valor.
Las leyes del capitalismo hacen que sus medios (la búsqueda de la ganancia) se vuelvan contradictorios con su fin(el mantenimiento de la tasa de ganancia). En la ley que acabamos de exponer se expresa la contradicción de la forma más simple de la riqueza capitalista (la mercancía, valor de uso y valor) pues, creando la riqueza material (valores de uso) el capital va minando las condiciones de creación de la riqueza social (los valores, cuya fuente es el trabajo vivo, que es una proporción cada vez menor del capital).
Esa contradicción se va desarrollando en una tendencia al colapso, que se va realizando a través de las crisis periódicas cada vez más profundas del capitalismo. Esas crisis expresan los límites del capitalismo: “primero, en el hecho de que el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo produce, en la reducción de la tasa de ganancia, una ley que se opone a este desarrollo y necesariamente provoca crisis; segundo, en el hecho de que el elemento decisivo para la expansión o reducción de la producción no es la relación entre la producción y las necesidades sociales sino la apropiación del trabajo no pago y la relación entre ese trabajo no pago y el trabajo materializado, o mejor, para emplear el lenguaje capitalista, la ganancia y la relación entre esa ganancia y el capital empleado; por fin, un cierto monto de la tasa de ganancia. La producción encuentra límites, mientras que desde otro punto de vista, ella parecería insuficiente. Se detiene en el punto que fija la satisfacción de las necesidades, pero en producción y en la realización de la ganancia”.
Mientras para la gran mayoría de la sociedad se produce una brusca caída del poder adquisitivo que empuja a la miseria a millones de personas, para los capitalistas el problema consiste en haber producido mercancías en exceso que no pueden ser vendidas, dejando un beneficio razonable: “periódicamente la producción de medios de trabajo y de subsistencia es tal que no se puede hacerlos funcionar como medios de explotación de los obreros bajo una cierta tasa de ganancia. Se producen mercancías en exceso para que puedan realizarse y convertirse en nuevo capital, en las condiciones de reparto y consumo dadas por la producción capitalista, el valor y la plusvalía que ellas contienen. No es que se hayan producido riquezas en demasía. Pero, periódicamente, se produce riqueza en demasía bajo su forma capitalista, opuesta una a la otra”.
El exceso de riqueza para los capitalistas -el exceso de capitales que pueden operar bajo una cierta tasa de ganancia- se expresa para los obreros como un exceso de pobreza que les impide participar de la riqueza. Son las crisis de superproducción que manifiestan la existencia de un capital excedente para una tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Las crisis son el modo convulsivo por el cual el capital intenta poner un freno a esa tendencia y reconstituir una situación de equilibrio (una tasa de ganancia “aceptable”).
Depreciado el capital, liquidada una parte de éste bajo la forma de mercancías invendibles (máquinas o artículos de consumo) que se arruinan o son destruidas, es posible encontrar una nueva relación entre el capital constante y el variable y reconstituir la tasa de ganancia. El proceso recomienza, pero para dar lugar más adelante a una crisis todavía más profunda, por la mayor magnitud (en volumen y valor) del capital existente. “La depreciación periódica del capital existente, uno de los medios especiales del modo de producción capitalista para detener la caída de la tasa de ganancia y para acelerar la acumulación de valor-capital mediante la formación de nuevo capital, desordena las condiciones en las cuales se cumple el proceso de circulación y reproducción del capital y es acompañada entonces de bruscas caídas y crisis del proceso de producción”.
¿Qué expresa la crisis? “A partir de cierto momento, el desarrollo de las fuerzas productivas se vuelve un obstáculo para el capital; por lo tanto, la relación del capital se vuelve una barrera para el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo (…) En agudas contracciones, crisis, convulsiones, se expresa la creciente inadecuación del desarrollo productivo de la sociedad y sus relaciones de producción hasta hoy vigentes. La violenta aniquilación del capital, no por circunstancias ajenas a él mismo, sino como condición de su auto-conservación, es la forma más contundente en la cual se le da el consejo de que se retire y deje lugar para uno estadio superior de producción social”.
Por lo tanto, es una forma ideológica (burguesa) presentar a Marx como el “pionero” del análisis del “ciclo económico” (el cual encontraría su expresión más desarrollada en Keynes): “El primer análisis sistemático del ciclo económico se vincula al nombre de Marx. Ricardo y la escuela clásica no habían enfrentado, más allá de observaciones marginales, el problema de las fluctuaciones de la acumulación capitalista: los consideraban un fenómeno secundario, irregular y accidental, y debido a factores externos al proceso capitalista”.29 Aunque esa forma sea todavía un mérito frente a la definición de la teoría marxista que hace el Premio Nobel de Economía, Paul A. Samuelson: “Marx, el economista, no Marx el filósofo de la historia y de la revolución (fue) un pos-ricardiano de grandeza, secundaria, autodidacta, alejado durante toda su vida de una crítica y un incentivo válidos”.
Al contrario, el alcance histórico del descubrimiento de Marx está perfectamente claro en la conclusión de Gianfranco Pala: “Lo que falta no son condiciones sociales para absorber los productos, para satisfacer las necesidades de la población: estamos bien lejos todavía de la satisfacción real de todas las necesidades de las masas. Lo que falta son condiciones capitalistas para que los productos-mercancías sean vendidos a precios que garanticen ganancia a los capitalistas que los hicieron producir. De allí la mayor paradoja de la historia: la sub-producción de objetos comunes para la humanidad se presenta, en el capitalismo, como sobreproducción generalizada de mercancías”.
El mismo motivo provoca la sobreproducción: “Todo el proceso de la acumulación desemboca así en sobreproducción, que corresponde, por un lado, al natural aumento de la población, y, por el otro, constituye la base inmanente de los fenómenos que se manifiestan en la crisis. La medida de la sobreproducción es el propio capital, el nivel de las condiciones de la producción y el desmedido impulso al enriquecimiento y a la capitalización de los capitalistas, no el consumo, que a priori es limitado, porque la mayoría de la población “obrera” no puede aumentar su consumo sino dentro de límites muy estrechos, y por otro lado, en la medida en que el capitalismo se desarrolla, la demanda de trabajo diminuye relativamente, aunque crezca absolutamente.”
Según la expresión del propio Marx, en el libro III de El Capital, acumulación-sobreproducción y caída tendencial de la tasa de ganancia son dos caras de la misma moneda o “caída de la tasa de ganancia y aceleración de la acumulación son sólo expresiones diversas de un mismo proceso, que indican, ambos, el desarrollo de la fuerza productiva. La acumulación acelera la caída de la tasa de ganancia, al causar la concentración del trabajo en gran escala y, en consecuencia, una composición superior del capital. Por otro lado, la disminución de la tasa de ganancia acelera la concentración de capital, su centralización vía expropiación de los pequeños capitalistas, de los productores directos sobrevivientes que conserven alguna cosa a ser expropiada. La acumulación como masa se acelera, mientras la tasa de acumulación disminuye junto a la tasa de ganancia”.
La vinculación orgánica de la caída tendencial de la tasa de ganancia, la sobreproducción (“sobre-acumulación”) y crisis, se encuentra expuesta de manera más clara y desarrollada en el propio El Capital, y derivada de la ley general de la acumulación del capital: “La disminución del capital variable en relación al capital constante, determina una composición orgánica creciente del capital total, resultando de allí que, sea que el grado de explotación del trabajo permanezca inalterable, sea que aumente, la tasa de la plusvalía se expresa en una tasa general de ganancia siempre decreciente (se manifiesta de una forma tendencial y no absoluta). La tendencia permanente a la disminución de la tasa general del ganancia es sólo la expresión del desarrollo progresivo de la productividad social del trabajo, expresión que corresponde al modo de producción capitalista.
“Una misma tasa de plusvalía, manteniéndose constante el grado de explotación del trabajo, se manifiesta en una tasa de ganancia decreciente, porque el aumento de las dimensiones materiales del capital constante es acompañado por un aumento del valor de este último y, por consiguiente, aunque no en las mismas proporciones, también del capital social. Si admitimos que esta modificación gradual en la composición del capital se efectúa no sólo en algunas ramas de la producción sino en casi todas, o por lo menos en las esferas determinantes de la producción, que de este modo equivale a una modificación de la composición orgánica media del capital total perteneciente a una determinada sociedad, un semejante crecimiento progresivo del capital constante con relación al capital variable, tiene, como consecuencia inevitable, una disminución gradual de la tasa general del ganancia, si la tasa de plusvalía o el grado de explotación del trabajo por el capital se mantuviera invariable.
“Las crisis nos presentan siempre una solución temporaria y violenta de las condiciones existentes, de las explosiones violentas que restablecen por un instante el equilibrio perturbado… La contradicción puede expresarse bajo su forma más general de la siguiente manera: el modo de producción capitalista tiene tendencias a desarrollar de una forma absoluta las fuerzas productivas, independientemente del valor de la plusvalía que este último contiene, independientemente de las relaciones sociales dentro de las cuales la producción capitalista se efectúa. Mientras, por un lado, pone como finalidad la conservación del valor capital existente y su máximo crecimiento posible (esto es, el aumento cada vez más rápido de ese valor). La característica específica de este modo de producción es el hecho de servirse del valor capital existente como de un medio para aumentar ese valor al máximo. Los métodos gracias a los cuales llega a este resultado acarrean la disminución de la tasa de ganancia, la depreciación del capital existente y el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo a costa de las fuerzas productivas ya producidas”.
La exposición de Marx sobre la realización de esa ley de modo tendencial; esto es, a través de ciclos en que, a pesar de las tendencias compensadoras, la tendencia general se impone por medio de crisis, cuya única vía de salida es la preparación (ciclos mediante) de crisis cada vez mayores. Esa tendencia es evidente en toda la historia del capitalismo, sirve como “medida de valor” de las críticas más recientes a la teoría marxista: “La superposición era sólo apariencia: traducía un profundo subconsumo obrero. Esta tesis, seductora de las multitudes, tuvo, bajo diversas fórmulas, gran suceso, pero no resistía un examen objetivo. La historia del capitalismo en los países desarrollados la desmintió: los trabajadores no sufren pauperización absoluta o relativa. Y aunque fuese parcialmente verdadera, no retrataría el ritmo cíclico: la crisis de sub-consumo sería permanente y de gravedad creciente, lo que estaría en la lógica catastrófica del marxismo. El locus histórico de la realización de la crisis es el mercado mundial, que es la base de la existencia del capitalismo aunque éste lo haya precedido históricamente. La lógica del capital es el desarrollo dialéctico (contradictorio) de su génesis histórica, como ya explicó Marx en El Capital: “No hay duda de que las grandes revoluciones del siglo XVI y XVII, así como los descubrimientos geográficos y sus consecuencias en el comercio y en el desarrollo del capital mercantil, constituyen un factor que aceleró el pasaje del modo de producción feudal al capitalista  La base de este último es el propio mercado mundial. Por otro lado, la necesidad inmanente del capitalismo de producir en una escala cada vez mayor incita una extensión permanente del mercado mundial, de manera que no es más el comercio el que revoluciona la industria, sino al contrario”.
La constitución del mercado mundial es la misión histórica progresiva del capital; la crisis en el mercado mundial indica la madurez de las condiciones para la sustitución de aquél: “El mercado mundial constituye simultáneamente la premisa y la sustentación de todo. Las crisis representan entonces el síntoma general de la superación de la premisa, y el impulso para el nacimiento de una nueva forma histórica”. En el post-scriptum o (después de escrito abreviado - a la segunda edición de El Capital, Marx evidenció la validez histórica de sus descubrimientos, anticipando la “Gran Depresión” inmediatamente ulterior: “El movimiento contradictorio de la sociedad capitalista se manifiesta en la burguesía práctica, de forma más notable, en las modificaciones del ciclo periódico a que está sujeta la industria moderna, y cuyo punto culminante será la crisis general.
El significado teórico de la constitución del mercado mundial sobrepasa sus características histórico-geográficas concretas, “es la extensión mundial del capital, como realización de un proceso que lo vuelve adecuado a su concepto: como referencia universal de la relación capitalista en tanto relación de clase (cualitativa) y no como simple dominación espacial (cuantitativa). En el mercado mundial, la producción es puesta como totalidad, así como cada uno de sus momentos, en el cual al mismo tiempo todas sus contradicciones se ponen en movimiento… El comercio y el mercado mundial constituyen el presupuesto histórico y abren, en el siglo XVI, la historia moderna de la vida del capital, iniciada sin embargo sólo donde las condiciones generales para su existencia estaban siendo creadas en el interior de las formas precedentes… El significado del mercado mundial – como categoría lógica del razonamiento- es iluminado por la dominación que el capital ejerce sobre todos los otros modos de producción. De esta circunstancia, ni siquiera los más autorizados defensores de la posibilidad de fuga de la llamada periferia del centro imperialista, no consiguen huir. Cuando no caen en la banalidad del sistema-mundo, levantan la hipótesis de la salida del área de la producción de mercancías”.33 En su plan original, como vimos inicialmente, Marx preveía la exposición de las crisis conjuntamente con el mercado mundial.
El desarrollo del capitalismo es cíclico exactamente por su tendencia permanente a la crisis: contrariamente al pensamiento burgués, en Marx es la crisis la que explica el ciclo, y no el contrario. Por eso, la crisis repone las condiciones necesarias para la instalación de un nuevo período de expansión capitalista. Esto sucede, de un lado, por la destrucción de parte de las fuerzas productivas, desvalorizándolas. Como resultado, ocurre una mayor concentración industrial, una vez que las empresas que operaban en desventaja fueron sancionadas por el mercado, y ocurre también la reducción de la tasa del salario, comprimido, por un lado, por la depresión, y por otro lado, por el incremento de la tasa de la plusvalía a un nivel tal que sea suficiente para compensar la caída de la tasa de ganancia.
Se inicia, entonces, un nuevo ciclo de acumulación. En cada nuevo ciclo, las contradicciones son mayores, el ciclo del capital, a través de las crisis periódicas, se decompone y recompone por etapas. La primera crisis internacional, 1873, fue el resultado de un proceso contradictorio que llevó, en el París de 1870, a la momentánea capitulación de la burguesía (la Comuna), pero esa etapa dejó abierta, para la última década del siglo XIX, las primeras contradicciones financieras (bancarias) interimperialistas, marcando el inicio de la declinación inglesa. La segunda crisis, la bélica de 1914, fue precedida por la fase irresuelta del dominio colonial, pero todavía esa etapa dejó abierto el problema de una sobreproducción latente.
La posibilidad de salir del capitalismo por medio del crédito (utopía pequeño-burguesa ya criticada por Marx en 1847, en Miseria de la Filosofía) es tan realizable como la mucho más reciente tentativa de salir de la crisis mediante la expansión artificial (financiera) del mercado mundial, que olvida que el capital-dinero nunca puede emanciparse totalmente del capital-mercancía o, como ya explicaba Marx, “en la fase de crisis del ciclo industrial, la caída general de los precios de las mercancías se expresa como aumento del valor relativo del dinero, y en la fase de prosperidad, el aumento general de los precios de las mercancías se expresa como caída del valor relativo del dinero”. Ya en los Grundrisse se afirmaba que los máximos resultados que “el capital consigue, en esa línea, son de un lado el capital ficticio, y de otro el crédito sólo como nuevo elemento de concentración, de disolución de los capitales en capitales aislados y centralizadores”. El crédito, en verdad, “es también la forma en la cual el capital procura diferenciarse de los capitales aislados”, y en la cual el carácter social de la producción capitalista encuentra su expresión más decidida.
En Teorías sobre la plusvalía se esclarece que “el capital puramente ficticio, títulos de Estado, acciones, etc. – siempre y cuando no lleve a la bancarrota del Estado o de las sociedades anónimas, o no entorpezca en términos generales la reproducción, minando el crédito de los capitalistas industriales que retienen estos valores, no es más que una simple transferencia de riqueza de unas manos a otras y, en conjunto, se traducirá en resultados favorables en lo que se refiere a la producción, ya que los parvenus (adjetivo no preciso) que adquieren por precio bajo estas acciones o títulos son, en general, más activos y emprendedores que aquellos que anteriormente los poseían”.
¿En qué medida pueden ciclos y crisis ser expresados cuantitativamente (matemáticamente) y en qué medida se puede establecer correlaciones entre crisis económica y crisis política (de la cual la crisis revolucionaria es un caso extremo)? Según muchos autores, la primera tarea sería imposible e implicaría, para la segunda, la caída en un determinismo economicista. Si el economicismo debe ser evitado, sólo puede serlo tomando en cuenta que los cambios sociales y las representaciones políticas e ideológicas nunca pueden volverse totalmente independientes de la evolución económica.
Para Marx, la primera tarea era posible, según se lee en una carta a Engels, de mayo de 1875: “El problema es el siguiente: usted conoce las tablas que representan precios, tasas de descuento, etc., bajo la forma de zigzag que fluctúan hacia arriba y hacia abajo. Intenté repetidamente computar esos  (alzas y bajas) con el objetivo de hacer un análisis de los ciclos económicos como curvas irregulares y, así, calcular matemáticamente las principales leyes de las crisis económicas. Creo que la tarea todavía puede realizarse con base en material estadístico críticamente seleccionado”.
En cuanto a la segunda tarea, es más difícil todavía, y de esa dificultad dejó testimonio Engels en un texto que escribió poco antes de su muerte, en el que reconoce que “en la historia contemporánea corriente, seremos forzados con mucha frecuencia a considerar este factor, el más decisivo, como un factor constante, a considerar como dada para todo el período y como invariable la situación económica en la cual nos encontramos al inicio del período en cuestión, o a no considerar más que aquellos cambios operados en esta situación, que por derivar de acontecimientos patentes sean también patentes y claros. Por esa razón, aquí el método materialista tenderá, con mucha frecuencia, a limitarse a reducir los conflictos políticos a las luchas de intereses de las clases sociales y fracciones de clases existentes, determinadas por el desarrollo económico, y a manifestar que los partidos políticos son la expresión política más o menos adecuada de estas mismas clases y fracciones de clases. Falta decir que esta subestimación inevitable de los cambios que operan al mismo tiempo en la situación económica  verdadera base de todos los acontecimientos que se investigan tiene que ser necesariamente una fuente de errores“.
De todo lo que antecede se desprenden algunas conclusiones básicas. La obra de Marx y Engels no está “incompleta”, entre otras cosas, por la ausencia de una “teoría de las crisis”. Al contrario, El Capital, y el conjunto de su obra “económica” (que incluye Teorías sobre la plusvalía, los Grundrisse, la Contribución de 1859, laIntroducción de 1857, los diversos prefacios, etc.) dan más la impresión de pecar por exceso que por sus lagunas. El hecho de que sólo el libro I de El Capital haya sido publicado en vida de Marx; o sea, sólo una parte del plan original, no debe confundir, pues “en el primer libro de El Capital, Marx solo limitó formalmente su investigación al proceso de producción del capital. En verdad, seleccionó y presentó como totalidad, en esta parte, también el todo del modo de producción capitalista y de la sociedad burguesa derivada de él, con todas sus manifestaciones económicas, jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en suma, ideológicas. Esta es una consecuencia necesaria del método dialéctico de exposición”.35
Además, Marx fue el pionero del análisis de las crisis del capitalismo, que, en cuanto tales, siquiera fueron objeto de análisis de sus “predecesores” smith-ricardianos, pues “por lo que se refiere a la escuela ricardiana y a sus herederos, se puede decir que las crisis no ocuparon virtualmente lugar alguno dentro de su sistema: las depresiones debían ser atribuidas a las interferencias del exterior que impedían el libre juego de las fuerzas económicas o el proceso de la acumulación de capital, más que a los efectos de un mal crónico interno de la sociedad capitalista. Los sucesores de esta escuela estaban suficientemente obcecados con esta idea para buscar otra explicación fundada en causas naturales (como las fluctuaciones de las cosechas) o en el “velo monetario”. Para Marx, por el contrario, era evidente que las crisis estaban asociadas a las características esenciales de la economía capitalista en sí misma”.36
En el sistema marxista carecería de sentido cualquier exposición de una “teoría de las crisis” (y de cómo evitarlas) separada de la teoría general de la acumulación capitalista. En el plan original de Marx (1857), la exposición de las crisis estaba directamente vinculada con el mercado mundial, locus específico(desambiguación) de la acumulación de capital, pues su mutua relación, en palabras de Marx, “salta a los ojos”. Marx y Engels fueron extremadamente cuidadosos y prudentes en el estudio de las mediaciones entre crisis económica y crisis política, estableciendo, de un lado, la existencia de un vínculo entre ambas y, de otro, la no automaticidad de ese vínculo y, hasta cierto punto, la imposibilidad de conocerlo inmediatamente en toda su magnitud.
La pretensión de hacer de Marx un teórico del “sub-consumo” (que podría ser resuelto mediante “políticas sociales” o, como se dice hoy, “compensatorias”) o de la “desproporcionalidad” (que podría ser resuelta por el “planeamiento indicativo”) se apoya en lecturas parciales, cuando no interesadas, de la obra de Marx. Es lo que sucede cuando se afirma que Marx “había elaborado su teoría de la tasa decreciente de ganancias, basada en el principio de la creciente composición orgánica del capital. En el Tomo III de El Capital esta teoría está indisolublemente mezclada con la teoría del sub-consumo, y ambos órdenes de ideas no son planteados en una relación clara”, lo que sólo significa que Marx no escribió aquello que el autor deseaba que escribiese. La “desproporcionalidad” es consustancial a todo sistema económico (inclusive a un sistema imaginariamente socialista), pues no existe posibilidad de transmisión instantánea de las informaciones de la “demanda efectiva” (mercantil o no) e, incluso si existiese, no existiría la posibilidad de la recolocación instantánea de los factores de producción. En el régimen capitalista esto se agrava porque las inversiones son realizadas por cada capitalista individual, de acuerdo con sus intereses particulares y más inmediatos, apostando a la rama de producción que más le asegure un retorno positivo; o sea, una más elevada tasa de ganancia. Invierten sin que, al mismo tiempo, una demanda efectiva sea asegurada para las mercancías producidas.
Si la venta de las mercancías por su valor no se verifica, o apenas lo hace en parte, los capitalistas no podrán recomenzar inmediatamente el proceso de producción en escala ampliada. La reproducción del capital es momentáneamente interrumpida, posibilitando la erupción de la crisis. Para que la producción ampliada se efectúe sin interrupción, es preciso que sean constantemente reproducidas ciertas condiciones de equilibrio; es preciso que la oferta y la demanda recíproca de mercancías sean iguales entre los dos sectores de la producción capitalista (bienes de consumo y bienes de producción). Esta condición de equilibrio, con todo, jamás se verifica en la práctica, precisamente por tropezar con la contradicción antes señalada: el carácter de la producción es social, aunque las decisiones de invertir son tomadas individualmente sin que haya coordinación o planeamiento central entre la producción y la demanda efectiva. Esto agrava un problema que, en mayor o menor medida, existió en los sistemas de producción del pasado y existirá en los del futuro.
Marx fue muy claro al afirmar que la tendencia decreciente de la tasa de ganancia “alimenta la sobreproducción, la especulación, las crisis, la existencia de capital excedente junto a una población excedente”. Además, revela “que el régimen de producción capitalista tropieza en el desarrollo de las fuerzas productivas con un obstáculo que no guarda la menor relación con la producción de la riqueza en tanto tal. Este peculiar obstáculo señala precisamente la limitación y el carácter puramente histórico, transitorio, del régimen capitalista de producción…” Cualquier análisis reconoce que, “aunque varios factores puedan, temporariamente, neutralizar esa tendencia, operan dentro de límites estrechos, de modo que la caída, a lo largo del siglo, de la tasa de ganancia surge como la tendencia dominante“.
Una crisis económica es una caída de la expansión de la producción, una interrupción de la acumulación de capital o, en otras palabras, una caída de las inversiones debido a su baja rentabilidad. “La crisis desnuda la discrepancia entre la producción material y la producción de valor: su proximidad se anuncia con una debilidad en la tasa de acumulación, una sobreproducción de mercancías y un aumento de desempleo. Así, el camino para salir de la depresión consiste en cerrar la brecha entre expansión y rentabilidad, por medio de nuevas inversiones, y la “normalización” de los mercados de bienes y mercancías. La crisis no comienza simplemente. Comienza en industrias específicas, por más que haya sido causada por la situación global. Como la crisis, también el ascenso comienza en industrias específicas y afecta acumulativamente a toda la economía. Como la acumulación de capital es la reproducción ampliada de los medios de producción, el ascenso y la caída, aunque generales, son observables primero y antes de todo en la manufactura de bienes de producción”.
La competencia toma una forma despiadada y, en algunos negocios, los precios bajan forzosamente hasta un punto ruinoso. Los valores de capital se deprecian rápidamente, se pierden fortunas y las utilidades desaparecen. La demanda social decrece progresivamente según aumenta el número de desocupados: el exceso de mercancías es controlado únicamente por la caída todavía más rápida de la producción. La crisis se extiende a todas las esferas y ramas de la producción. Su forma general revela la interdependencia social del modo de producción capitalista, a pesar de las relaciones de propiedad privada que lo dominan.
Fue precisamente Engels quien vinculó la expansión de la conquista colonial con la especulación financiera y el nuevo papel de la Bolsa de Valores (“la Bolsa modifica la distribución en el sentido de la centralización, acelera enormemente la concentración de capitales y, en ese sentido, es tan revolucionaria como la máquina la vapor”): “La ausencia de crisis a partir de 1868 se basa en la extensión del mercado mundial, que redistribuyó el capital superfluo inglés y europeo en inversiones y circulación en todo el mundo en diversas ramas de inversión. Por eso una crisis por súper-especulación en los ferrocarriles, bancos, o en inversiones especiales en América o en los negocios de la India sería imposible, mientras crisis pequeñas, como la de la Argentina de tres años a esta parte, se volvieron posibles. Pero todo esto demuestra que se prepara una crisis gigantesca”.
En una carta crítica a Kautsky, Engels subraya la necesidad de “identificar en la conquista colonial el interés de la especulación en la Bolsa”. Todo con una conclusión central que, bien interpretada, ya anticipa en la década de 1890 la etapa de tensión mundial que conduciría a la Primera Guerra Mundial (y su consecuencia más importante, la Revolución de Octubre): “Es todavía la magnífica ironía de la Historia: a la producción capitalista sólo le resta ahora conquistar China, y cuando finalmente lo hace, se le vuelve imposible hacerlo en su propia patria”.
Mundial por su propia naturaleza histórica, la crisis capitalista es la base de crisis políticas sistemáticas y de crisis internacionales. Por su propia base teórica, y por todas sus implicaciones, a causa de este significado decisivo de la crisis, la teoría marxista es, en su núcleo, como fue señalado acertadamente, una teoría de la crisis, mientras las teorías burguesas son en general teorías coyunturales o del ciclo. En la base de todo el proceso se encuentra la tendencia fundamental de la producción capitalista, que fue resumida de modo muy claro en El Capital: “La creación de… plusvalía es el objeto del proceso de producción directa. Apenas una cantidad de plusvalía se materializa en las mercancías, la plusvalía fue producida… Viene entonces el segundo acto del proceso. Toda la masa de mercancías debe ser vendida. Si eso no se hiciera, o se hiciera sólo parcialmente, o sólo a precios por debajo de los precios de producción, el trabajador no habrá sido menos explotado, pero su explotación no se consubstanciará como tal para el capitalista. Podrá no proporcionarle ninguna plusvalía, o realizar apenas una parte de la plusvalía producida, o significar incluso una pérdida parcial o total de su capital. Las condiciones de la explotación directa y las de la realización de la plusvalía no son idénticas. Son preparadas lógicamente, tanto por el tiempo como por el espacio. Las primeras son limitadas sólo por la capacidad productiva de la sociedad, las últimas por las reacciones proporcionales de las varias líneas de producción y por la capacidad de consumo de la sociedad. Esa última capacidad no es determinada por la capacidad productiva absoluta o por la capacidad consumidora absoluta, sino por la capacidad de consumo basada en condiciones antagónicas de distribución, que reducen el consumo de la gran masa de la población a un mínimo variable dentro de límites más o menos estrechos.
“La capacidad de consumo está todavía más restringida por la tendencia a acumular, por la ambición de una expansión del capital y una producción de la plusvalía en escala ampliada. Esa ley de la producción capitalista es impuesta por las revoluciones incesantes en los métodos de producción por la resultante depreciación del capital existente, la lucha general de la competición y la necesidad de mejorar el producto y expandir la escala de producción para la auto-preservación y bajo pena de quiebra. El mercado debe, por lo tanto, ampliarse continuamente, de forma que sus interrelaciones y las condiciones que las regulan asumen más y más la forma de ley natural independiente de los productores y se vuelven cada vez más incontrolables. Esa contradicción interna busca su equilibrio en una expansión de los campos externos de producción. Pero, a medida que la capacidad productiva se desarrolla, se encuentra en desacuerdo con la estrecha base en la cual la condición de consumo reposa. En esa base contradictoria, no será una contradicción la existencia de un exceso de capital simultáneamente con un exceso de población. Pues, aunque una combinación de ambos aumente realmente la masa de la plusvalía producida, al mismo tiempo intensifica la contradicción entre las condiciones bajo las cuales esa plusvalía es producida y las condiciones en que es realizada.”
Marx no subrayó, pues le parecía obvio, que todos los elementos fenoménicos de la crisis se vinculaban con la “ley fundamental de la economía moderna” (la tendencia decreciente de la tasa de ganancia), lo que dio lugar a las mistificaciones posteriores, incluyendo el “aburguesamiento” de la teoría marxista, realizado, por ejemplo, por Schumpeter (“Encontramos [en Marx] prácticamente todos los elementos que caben en un análisis serio de los ciclos coyunturales”). El panorama general del debate justifica la opinión de Haberler y Holesovsky: “La mayoría de los intérpretes de Marx descuidan, en sus análisis, el papel central de la tasa de ganancias declinante. Tienden más a un resumen libre de los elementos de una teoría de las crisis encontradas en Marx, y con esto llegan en escasa medida a profundas conclusiones teóricas”. Algunos pocos, como Maurice Dobb, hallan que la escasez de la mano de obra es el factor fundamental que reduce periódicamente la tasa de ganancia. De acuerdo con esto, la escasez de la mano de obra durante la expansión produce inversiones que economizan trabajo, las cuales reducen, a su vez, la tasa de ganancia por medio del aumento de la relación entre capital constante y variable La crítica de los esquemas de reproducción ampliada, propuestos por Marx para una economía capitalista “pura”, fue realizada por Rosa Luxemburgo. El error de Rosa Luxemburgo consiste en haber considerado los esquemas de la reproducción del Libro II de El Capital, como expresión de la realidad concreta y acabada del capitalismo. Así, Mitchell presenta la simple posibilidad abstracta de las crisis del capitalismo, aisladas del proceso de reproducción en su conjunto, como una de sus causas, la “posibilidad primera”. La caída tendencial de la tasa de ganancia sólo explicaría las crisis periódicas como simples interrupciones en la marcha hacia el derrumbe del proceso de acumulación. Según Marx, “al desarrollarse la producción capitalista, la escala de producción se determina en grado cada vez menor por la demanda directa del producto, y en grado cada vez mayor por el volumen de capital de que dispone el capitalista individual, por la tendencia a la valorización de su capital y la necesidad de que su proceso de producción sea continuo y se extienda. Con eso crece necesariamente, en cada rama particular de la producción, la masa de productos que se encuentran como mercancías en el mercado o que buscan salida. Crece la masa de capital fijada durante más o menos tiempo bajo la forma de capital mercantil. Aumenta entonces la acumulación de mercancías”. Por lo tanto, pensar que las crisis capitalistas se producen por la sobreproducción de mercancías respecto de la demanda solvente de los trabajadores, lleva lógicamente a concluir que el estado normal del capitalismo es de crisis permanente, lo que nada tiene que ver con la evidencia histórica.
Las crisis se producen, no porque haya medios de consumo en demasía sin realizar en el mercado capitalista, sino porque la plusvalía se produce bajo condiciones de rentabilidad que no justifican que se continúe produciendo: “Lo que en realidad producen los trabajadores es plusvalía. Mientras la producen (en condiciones en que permite la tasa de ganancia) tendrán [algo] para comer. Apenas dejan [de producir] termina su consumo al terminar su producción Cabe, en efecto, preguntarse si el capital en tanto tal es también el límite con el que tropieza el consumo. Lo es ciertamente en un sentido negativo, ya que no se puede consumir más de lo que se produce. Pero el problema [está en saber] si lo [es] también en sentido positivo, [esto es], si  tomando como base la producción capitalista- se puede y se debe consumir tanto como se produce. Si analizamos acertadamente, no se produce con vistas a los límites del consumo existente, sino que la producción sólo se encuentra limitada por el propio capital. Y no cabe duda de que esto es característico del modo de producción capitalista”.44
La supuesta necesidad orgánica para el capital de sectores no capitalistas para expandirse, fue objeto de la crítica de Grosman: “Si los partidarios de la teoría de Rosa Luxemburgo quieren reforzar esta teoría mediante la alusión a la creciente importancia de los mercados coloniales de salida; si ellos se remiten al hecho de que la participación colonial en el valor global de las exportaciones de Inglaterra representaba en 1904 poco más de un tercio, mientras que en 1913 esta participación se aproximaba al 40%, entonces esta argumentación que sustentan a favor de aquella concepción carece de valor y, más que esto, con ella consiguen lo contrario de lo que pretenden obtener, pues estos territorios coloniales tienen realmente cada vez más importancia como áreas de colocación; pero sólo en la medida en que se industrializan; en la medida en que abandonan su carácter no capitalista”.
Marx definió a la competencia como contradicción del capital consigo mismo. Viceversa, cuando la economía política discurre sobre competencia y competitividad presupone el recíproco concurso no conflictivo entre las múltiples, hipotéticamente infinitas, unidades decisionales contempladas. Se postula, por lo tanto, que esa multiplicidad funcione lógicamente siempre y sólo como unidad. Según la ideología burguesa, la mano del capital, invisible o visible, conduce fatalmente al equilibrio y la armonía. La teoría keynesiana es parte de esa ideología. En su Teoría General no se encuentra un lugar donde la competencia, junto a la multiplicidad de los capitales, tenga un rol lógicamente necesario. Y cuando atribuye a la competencia la función específica de ajustar el equilibrio real de la demanda efectiva, para cualquier nivel definido neutral de ocupación, confirma plenamente la función armónica indistinta dentro de un capital homogéneo. Son obvias las consecuencias. La lucha entre los diversos capitales para acaparar el máximo ganancia individual es suprimida. En su lugar, se supone que la “competencia” armónica consiga conducir la tasa de ganancia al equilibrio ideal. De la misma manera desaparece la disputa incesante entre ganancia bancaria (interés monetario) y ganancia industrial, supuestas en perenne condición de igualdad.
Con la unicidad del capital en lugar de su multiplicidad, se esconde el recíproco tenersi lontani de los capitales individuales, su no operar uno por el otro, su real enfrentamiento. Se ignora que, en las varias fases del ciclo, “la calma es sólo un caso límite del conflicto” – para decirlo con Bertolt Brecht- por la alternante supremacía ora de uno, ora del otro. Ideológicamente, la excepción se transforma en la norma, el conflicto se transforma en colusión. El antagonismo es sustituido por la armonía, la crisis cede paso al equilibrio, el múltiplo se convierte en uno. Cada contradicción es suprimida. Se considera sólo una parte de la realidad de la relación interna del capital – cuando las cosas van bien. Se ocultan las razones por las cuales los capitalistas, en competencia mutua, se comportan como falsos hermanos -hermanos enemigos.

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